sábado, 5 de julio de 2008

YAZIRAT QADIS


YAZIRAT QADIS
José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer que, a pesar de los valiosos trabajos de investigación que, en los últimos tiempos, están llevando a cabo especialistas tan cualificados como, por ejemplo, los profesores Pedro Martínez Montávez, Juan Abellán Pérez, Fernando Nicolás Velázquez Basanta y Joaquín Bustamante Costa, las huellas culturales que la civilización islámica estampó en nuestra ciudad son menos conocidas que las que grabaron otras culturas como la fenicia o la romana. No podemos olvidar, sin embargo, que nuestras costas constituyeron, durante más de cinco siglos, un enclave privilegiado en la época islámica tanto en las actividades militares como en los intercambios comerciales.
La exposición que -diseñada por Carlos Crespo- acabo de visitar en el Museo de Cádiz, titulada YAZIRAT QADIS -Isla de Cádiz-, me ha proporcionado la ocasión de conocer una época tan dilatada y tan importante de nuestra Ciudad y me ha brindado la oportunidad de reflexionar sobre los cauces que deberíamos abrir -en estos momentos de intensificación de los conflictos religiosos- con el fin de evitar ese temido choque de civilizaciones cuyas demoledoras consecuencias serían irremediables.
Este ameno e instructivo recorrido a través de recreaciones y de maquetas, que he seguido guiado por el audiovisual introductorio, me ha permitido indagar sobre la ciudad islámica cuando Cádiz pertenecía a ese recoleto distrito de Sidonia –el actual barrio de El Pópulo-; me ha facilitado el análisis de la vida religiosa, centrado en la mezquita situada en la actual Catedral Vieja, y me debería servir de estímulo para el estudio del comercio, a partir de los restos que nos ofrecen los hallazgos de la arqueología subacuática y del examen de los utensilios que nos ilustran sobre la vida cotidiana de la sociedad islámica a través de juegos de niños o de las vajillas con las que comían o cocinaban.
La contemplación de estos objetos hallados en el subsuelo de la Bahía, conservados en las pinacotecas de Cádiz y San Fernando, e interpretados por Francisco, Padilla, especialista en cerámica islámica, nos invita para que realicemos un apasionante viaje a una civilización que pervive en algunos restos materiales de los barrios de El Pópulo o de Santa María y que laten en esos pliegues íntimos de nuestra conciencia, en esas palpitaciones intensas que determinan muchos de nuestros comportamientos familiares y ciudadanos.
En mi opinión esta muestra se podría completar con una serie de trabajos de divulgación en los que nos expliquen la influencia de la cultura islámica en la lengua, en la literatura y en la cultura tanto la más elaborada y como la popular. En vez de seguir remachando con terquedad en los rasgos que nos distancian deberíamos buscar e identificar las características universales subyacentes en ambas tradiciones. Ésta sería una senda por la que pudríamos acercarnos a esa comunidad global de la cooperación para, al menos, colaborar en la disminución de las carencias y de los sufrimientos.
A mi juicio, deberíamos tener más en cuenta la riqueza cultural, científica, económica y artística de la que, en cierta medida, somos deudores. Nuestra lengua e, incluso, nuestra literatura, ponen de manifiesto hasta qué punto el estudio de este patrimonio es una tarea inaplazable para deshacer peligrosos perjuicios raciales, para comprendernos a nosotros mismos y para entablar unas relaciones más respetuosas y una colaboración más fructífera.

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