sábado, 5 de julio de 2008

Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez
José Antonio Hernández Guerrero

La importancia literaria –vital- del tema y la calidad científica –humana- de los conferenciantes determinaron que, entre los diversos actos culturales que se celebraban el mismo día y a la misma hora, me decidiera por el que tendría lugar en la sede de la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Andalucía como homenaje a Juan Ramón Jiménez, al cumplirse el cincuenta aniversario de su fallecimiento. Como todos sabemos, la obra del poeta universal de Moguer, no sólo impulsó un cambio sustancial en la literatura española e inauguró la modernidad poética, sino que, además, mostró esa capacidad del lenguaje humano para, hacer visible lo invisible, para decir lo indecible y para traducir la realidad material convirtiéndola en sustancia del espíritu de los seres de la naturaleza y, sobre todo, en los contenidos de la “conciencia” del cantor: del poeta que escribe y del poeta que lee.
Ana Sofía Pérez-Bustamante -precisa, rigurosa y documentada- dibujó el luminoso y anchuroso horizonte literario en el que sigue brillando Juan Ramón, ese astro que orienta y alienta a las diferentes oleadas de creadores actuales. Sus apuntes certeros nos sirvieron para calibrar el significado de esta reunión que, abierta a todos los públicos, sólo podía ser disfrutada por esa “gran minoría” -escasa pero suficiente- de degustadores de exquisitos aromas.
Javier Blasco –“el especialista” de Juan Ramón Jiménez- nos explicó cómo los ritmos melodiosos de sus versos transforman las palabras en música porque, gracias a la luz de su aguda y penetrante mirada, los mares y los ríos, los montes y los prados, los astros y las estrellas, los pájaros y los niños entonan brillantes cantos que, imponiéndose, invadiéndonos y poseyéndonos, descubren los latidos más íntimos de nuestras conciencias.
Pilar Paz Pasamar, revestida con aquella “inocencia juvenil” con la que, alborozada, releía los estimulantes juicios que sobre sus poemas le dirigía Juan Ramón, desmontó uno a uno los reiterados e infundados tópicos que sobre el poeta se siguen repitiendo con frívola insistencia: el panteísmo, el menosprecio a su mujer, Zenobia, y su esquizoide aislamiento sólo son construcciones simplistas elaboradas por críticos superficiales.
Con los perspicaces análisis de estos tres maestros de la palabra hemos comprobado cómo, efectivamente, la poesía -la forma suprema de expresión humana y el instrumento más potente de creación estética- nos proporciona una visión, una audición y una interpretación trascendente de la realidad, y cómo su función principal consiste en transformar el mundo descubriendo el valor profundo, la nobleza íntima y la belleza esencial de cada cosa. El Poeta -con mayúsculas- es ese ser privilegiado, profeta e iluminado, que dota de sentido a los objetos y que extrae significados de los movimientos; es el vidente que proporciona existencia a las ideas, vida a las imágenes, alma a los cuerpos y espíritu a la materia.
La Poesía es la facultad omnipotente de transformar las palabras en música, en escultura, en arquitectura y en pintura: nos sirve para acercarnos y para alejarnos de la realidad, para penetrar en nuestro interior y para contemplarnos desde fuera. Nos hace pensar y reflexionar, sentir y emocionarnos, disfrutar y sufrir, llorar y reír, y, en cierta medida, nos puede ayudar para que humanicemos nuestras relaciones, aunque a veces la usemos para deshumanizar la sociedad. La literatura es esa llave que nos sirve para comprender las realidades misteriosas a partir de realidades cotidianas.

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