sábado, 5 de julio de 2008

Teatro Romano


Teatro romano
José Antonio Hernández Guerrero

En homenaje póstumo al arqueólogo gaditano Francisco José Sibón, recientemente fallecido, y antes de visitar el teatro romano, uno de los objetos de sus rigurosas investigaciones, he dado varias vueltas alrededor de esa estatua de Lucio Cornelio Balbo "El Menor", que está situada en medio de la fuente que sirve de rotonda al final de la avenida Amílcar Barca y al comienzo de la avenida del Campo del Sur. Los investigadores Antonio García Bellido, Juan Francisco Rodríguez Neila, Ángel Muñoz Vicente y Juan Antonio Fierro Cubiellas -que citan el testimonio del geógrafo e historiador griego Estrabón- nos cuentan que este ilustre gaditano, desbordando los límites del antiguo asentamiento fenicio-púnico, “modernizó” nuestra ciudad, construyó el puerto Cádiz y redactó un plan urbanístico dotándola, además de la indispensable conducción de aguas, de importantes edificios públicos, a imitación de Roma, la capital del imperio.
Me he detenido durante varios segundos con la intención de expresarle a este paisano nuestro mi sincera gratitud por los esfuerzos que hizo para civilizarnos: para hacer civil a este pueblo transformándolo en una ciudad, en un espacio diferente a una cueva, a una choza o a una aldea, ordenando unos espacios que facilitaran la vida en común y que estimularan la memoria de los que aquí vivieron e hicieron posibles nuestras vidas. Gracias a las nuevas aceras, a los edificios públicos, a las plazas y de avenidas, los moradores de este rincón, transformados en ciudadanos, durante los primeros siglos de nuestra, se paseaban, se divertían, organizaban juegos y celebraban fiestas.
Desde allí me he dirigido al teatro situado en el barrio del Pópulo, entre la iglesia de Santa Cruz, la Catedral Vieja, y el Arco de los Blancos. Estos restos descubiertos en 1980, me hicieron pensar en el ambiente que se respiraría en un teatro que es considerado como uno de los mayores de España. Sentado en el graderío -o Cavea- construido a finales del Siglo I antes de Cristo, he pensado en la posibilidad de que el destino de estos testimonios de las civilizaciones no sea sólo saciar nuestra curiosidad por la vida de nuestros antepasados, sino la de estimular nuestra fantasía y hacer posible que imaginemos un permanente progreso social y cultural de nuestra vida.
Si profundizamos en los mensajes de estos restos, llegamos a la conclusión de que esas piedras siguen proporcionándonos importantes lecciones para nuestra vida actual. Estas colecciones de fragmentos, con sus formas, con sus proporciones y con ese vocabulario visual de su estilo, nos siguen dictando estimulantes orientaciones para trazar el futuro de una ciudad que tiene una vocación -¿un destino?- eminentemente cultural.
Como afirma el profesor de nuestra Universidad, Joaquín Moreno, una ciudad sin teatro no es todavía una ciudad: y es que, efectivamente, el teatro convoca a la polis y dialoga con los ciudadanos: además de ser un instrumento pedagógico muy eficaz, constituye un foco potente que ilumina la vida de la sociedad, analiza sus conductas, incentiva la reflexión y el debate, potencia la capacidad empática y puede reforzar las actitudes solidarias.
Pero, no podemos perder de vista que, para lograr la supervivencia de esos valores tradicionales, hemos de cultivar la capacidad de reinventarnos de manera permanente para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo.

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