Tomando prestada las palabras de la cantautora y folcloristaperuana Chabuca Granda, les ruego que me permitan que, en este espacio semanal, les cuente la gloria y, también, las adversidades que discurran por nuestras avenidas, plazas, calles, callejuelas y callejones. Pondré especial atención para captar los ecos de los episodios humanos que se sucedan desde ese puente -que tan escaso se nos ha quedado- hasta nuestra Alameda, ese refinado y seductor jardín, ese balcón urbano que tan bien interpretó la mirada artística del pintor Francisco Prieto. Le propongo -queridos lectores- que, durante este nuevo año, paseemos juntos, que recordemos, sin añoranzas, los episodios que se han sucedido a lo largo de nuestra trimilenaria historia e identifiquemos los rastros de nuestras propias biografías. Ya verán cómo, sin ansiedad, podremos soñar con las celebraciones de los acontecimientos que se avecinan y, sobre todo, disfrutaremos parsimoniosamente con cada uno de los instantes de este imparable discurrir de nuestras vidas. Les invito para que -en estas excursiones e incursiones- interroguemos con nuestras miradas a cada uno de los espacios por los que transitemos con el fin de descubrir los mensajes de las luces y de las sombras de este territorio que, sin duda alguna, también posee un alma. Si tratamos de sintonizar con sus intensas emociones acumuladas a lo largo de tantos años, comprobaremos cómo, estimulados por los sorprendentes redescubrimientos, se nos despiertan los sentidos incluso los más dormidos. Les animo para que nos deleitemos con las caricias o con los azotes de nuestros vientos marineros, con las voces susurrantes de la tempestad o de la calma, con las luces, con los colores, con los olores e, incluso, con los sabores de nuestras calles y de nuestras plazas.
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