sábado, 21 de junio de 2008

Desde el Puente


Desde el Puente
José Antonio Hernández Guerrero

Pepe, dispuesto a cumplir su firme propósito de disfrutar contemplando la Bahía desde el Puente. decidió emprender el viaje de regreso a Cádiz en autobús Dice que ésa era la estampa que se le reproducía de manera reiterada cuando, desde Florencia, evocaba la ciudad en la que había nacido. Según él, ese perfil recortado sobre las aguas plateadas y bajo el cielo purpúreo de los suaves atardeceres invernales gaditanos es uno de los panoramas más bellos y más sugerentes del sur de Andalucía.
Durante los días que ha pasado aquí, se ha paseado por las calles y plazas, y ha visitado las iglesias y los monumentos que, aunque eran los mismos lugares por los que había transitado múltiples veces antes de marcharse, ahora los miraba con los ojos sorprendidos de esos turistas ilustrados que visitan nuestra Ciudad por primera vez. Ha llegado a la conclusión de que Cádiz no posee la solemnidad de las grandes ciudades europeas, pero que, en cambio, sí muestra, además de la distinción y de la nobleza de los recintos históricos, la atmósfera cordial que le confiere la amabilidad de sus habitantes. Alejado de los estereotipos de las postales, Pepe ha redescubierto unos atractivos que nada tienen que ver con la bisutería folklórica con la que se adornan los prospectos publicitarios.
La primera sorpresa que recibió a su regreso fue la exposición “La Imagen Reflejada. Andalucía, Espejo de Europa”, ubicada en la Iglesia de Santa Cruz. La impresión que le produjo el templo convertido en museo no fue menor de la que le originó la Torre del Sagrario, un espacio cálido y luminoso que visitaba por primera vez. Se detuvo con especial fruición ante aquellas obras que, aunque ya las conocía, ahora, enmarcadas en este recinto privilegiado, adquirían unos inéditos atractivos, como, por ejemplo, aquel grabado del “Juicio Final” que, hacía unos años, había visto en la Academia de Bellas Artes, o los cuadros que, en varias ocasiones, contempló colgados en el Museo de Cádiz. La pila bautismal, que tantas veces había observado en el mismo lugar, obra de un anónimo genovés y, sobre todo, la imagen del Arcángel San Rafael, atribuida al escultor genovés Antón María Maragliano, le parecieron totalmente diferentes y unos tesoros mucho más valiosos que cuando los había contemplado en sus escenarios habituales.
Fue en este momento cuando tomó la decisión de volver a recorrer con calma esos mismos lugares, parajes y rincones familiares que, por estar tan próximos, no habían despertado su curiosidad y a los que, por lo tanto, no les había reconocido su verdadero valor. Desde ahora, prestará mayor atención a los detalles y, ayudado de guías y de manuales, se ha propuesto leer la hondura histórica y estética de tantos tesoros artísticos que le han pasado desapercibidos. Quizás -me comenta- sea necesario que, de vez en cuando, nos alejemos de aquí para que, desde una nueva perspectiva, reconozcamos y valoremos lo que tenemos; o, a lo mejor, necesitemos que vengan visitantes extranjeros sensibles para que nos descubran esos detalles que esconden múltiples emociones.
En nuestra opinión, la contemplación de estas reliquias históricas nos deberían llevar a la conclusión de que nuestro patrimonio cultural constituye la prueba de que, de la misma manera que el pasado, nuestro futuro depende del establecimiento de esos vínculos que nos unen, no sólo con el resto de Andalucía y de España, sino también con los demás países europeos y con las naciones hermanas de Hispanoamérica.