sábado, 5 de julio de 2008

La Cámara Oscura


La Cámara Oscura
José Antonio Hernández Guerrero

Permítanme que les diga –estimados lectores- que, si aún no han subido a la Cámara Oscura instalada en la Torre Tavira, no poseen un conocimiento completo de esta ciudad de Cádiz. Es posible que hayan recorrido nuestras plazas y nuestras calles, que se hayan bañado en nuestras playas, que hayan surcado la Bahía en el vapor o en el catamarán y hasta que hayan pescado mojarras desde las murallas del Campo del Sur o mariscado cangrejos moros en la Caleta, pero, si no han tenido la oportunidad de contemplar nuestra ciudad a vista de pájaro, como lo hacen esas cigüeñas que, plácidamente, se pasean por nuestro cielo, es posible que, cuando se decidan a visitarla experimenten unas sensaciones inéditas ya que, sin duda alguna, redescubrirán otro Cádiz muy diferente del que ustedes conocen.
Desde allí podrán comprobar cómo resulta impresionante divisar un panorama tan distinto del que contemplamos cuando, desde abajo, miramos hacia el cielo. Ya verán cómo se sorprenden al abarcar de una sola ojeada el paisaje urbano moteado de más de ciento cincuenta miradores, y tachonado de campanarios y de espadañas. Si, como nos ocurre en el bosque, desde abajo sólo apreciamos los detalles de cada uno de los edificios que tenemos ante nuestros ojos, desde arriba divisamos el conjunto armónico de líneas, de volúmenes, de luces y de colores que configuran el tablero de una ciudad que nos produce la impresión de que ha sido concebida, sobre todo, para el disfrute visual desde allí arriba. Estas aéreas estructuras, como afirma Blanco White, fundiéndose con el lejano brillo de las olas, me han producido el efecto de una ilusión mágica.
Gracias a la privilegiada situación la torre mirador de esta casa-palacio de estilo barroco de mitad del siglo XVIII, que fue edificada por iniciativa de los marqueses de Recaño y que es uno de los emblemas más caracterizadores de nuestra ciudad, hemos contemplado el panorama geométrico, luminoso y vivo de nuestra ciudad. Merced a la técnica ya usada en la época renacentista y a las oportunas explicaciones de Laura Cabello, hemos sido capaces de componer las piezas de un puzzle que, hasta ahora, nos parecía que era disperso y, a veces, desordenado.
Los breves apuntes históricos de las épocas fenicia, romana, medieval y, sobre todo, de los esplendorosos siglos XVIII y XIX, transcritos en paneles, las ilustraciones gráficas y audiovisuales, el catalejo que usaba el vigía para avistar los barcos que se acercaban al muelle y hasta el libro en el que registraba los movimientos de atraque, hábilmente distribuidos en las dos salas de exposiciones, constituyen unos datos imprescindibles para interpretar y para valorar los factores que han determinado nuestra peculiar configuración urbanística.
Ojalá que esos proyectos con los que Belén González Dorao pretende que la Torre alcance una accesibilidad global se lleven a cabo satisfactoriamente para que los convecinos y los visitantes que sufren alguna limitación auditiva, intelectual, visual o física, disfruten de esta nueva visión de Cádiz y para que aumente el número de los que, además de lanzar esos piropos cupleteros, nos convirtamos en agentes culturales capaces de explicar los mejores valores de nuestros patrimonios históricos y antropológicos. Ese orgullo por nuestro Cai, debería estimularnos a todos para que, además de cuidarlo como si fuera el salón de nuestro propio hogar, seamos capaces de conocer nuestro patrimonio cultural, de explicarlo y de difundirlo. Éste es nuestro más valioso capital y, a lo mejor puede llegar a ser nuestra industria más rentable.






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