viernes, 11 de julio de 2008

Mutis mutandi


José Antonio Hernández Guerrero

“Hay que ver –me comenta Salvador- lo poco conocido que es Jesús Micó en Cádiz y lo reconocido que es en el resto de España y en parte el extranjero. Gracias a él –a su prestigio, a sus conocimientos y a su amistad con los fotógrafos artistas más importantes, nos resulta posible montar estas exposiciones”. Animado por los comentarios de este Técnico de Gestión Cultural del Vicerrectorado de Extensión Universitaria de nuestra Universidad, en esta ocasión he visitado la exposición instalada en la Kursala, esa salita en la que, periódicamente, podemos disfrutar contemplando obras plásticas contemporáneas que nos ponen al tanto de las corrientes más actuales.
Jesús Micó, comisario de esta muestra con la que se rinde un homenaje al botánico y matemático gaditano José Celestino Mutis (1732 - 1808) es también un científico, un técnico, un investigador, un humanista, un artista y, en resumen, un intelectual. A partir de sus conocimientos médicos del cuerpo y de la mente, se deja guiar a través de los senderos de la imaginación con el fin de explorar las esencias y llegar al fondo de las cosas. Está convencido de que la contemplación serena de las imágenes que representan a los seres vivos, nos descubren los latidos de la carne y las voces del espíritu.
Si recordamos que Mutis, además de Física, Química, Botánica y Medicina, obtuvo los títulos de Artes, Filosofía y Teología, es fácil llegar a la conclusión de que esta exposición de fotografía constituye la explicación gráfica de la actualidad del mensaje que su vida y su obra nos siguen transmitiendo: que el progreso humano, asentado en la razón y en el trabajo, está orientado por principios éticos y alentado por aspiraciones estéticas. Contemplando estas sugerentes imágenes, llegamos a la conclusión de que vivir la vida es sentirla y compartirla con sencillez, con naturalidad y con autenticidad: como una conducta, como una tarea y como un compromiso con la naturaleza.
En esta exposición que, sin duda alguna, logra elevar estéticamente la figura de Celestino Mutis, Cesc Moliné, con su retrato nos demuestra cómo en la mirada humana se concentra las ansias de penetrar en el fondo oculto de los demás seres animados e, incluso, de dotar de vida a los inanimados, Aleix Plademunt cuestiona las relaciones entre el ser humano y el paisaje, Carma Casual muestra su fascinación por la exquisita intervención del paisaje realizada en los clásicos jardines reales de la Francia prerrevolucionaria, José Manuel Varela nos descubre una situación física en la que es la Naturaleza la que irrumpe en la civilización, Manuel Pérez Pavón contempla resignadamente el triste porvenir que nos aguarda ante la pérdida del mundo vegetal, Óscar Molina nos estimula para que descubramos la idea de tiempo que encierran los espacios atrapados por las fotografías, Luciana Crepaldi nos propone una imagen en la que integra botánica y anatomía, y, finalmente, Toni Catany nos ofrece la serena hermosura de los seres que ya han cumplido su ciclo vital.
Estos documentos son unos fragmentos autobiográficos que, además de la información que nos transmiten, son unas propuestas imaginarias que nos proporcionan una inagotable fuente de sensaciones placenteras, de contradictorias emociones e, incluso, de sorprendentes pensamientos. Y es que la fotografía además de ser un instrumento dotado de notable utilidad para la investigación científica, constituye también un lenguaje artístico provisto de singular capacidad para describir y para interpretar el significado íntimo de los sentimientos humanos.


sábado, 5 de julio de 2008

Cádiz Arte 08 Contemporáneo




José Antonio Hernández Guerrero

“Es posible que los ocultos designios de los hados o una prodigiosa confluencia de los astros sean los culpables de una velada tan maravillosa como la que aquí estamos disfrutando. La belleza de este incomparable marco, el suave cambio de luces de este crepúsculo, la delicadeza y la transparencia de esta música de jazz constituyen, sin duda alguna, la atmósfera más adecuada para recrearnos con las mejores creaciones de nuestros artistas actuales”. Estas palabras de la galerista Carmen Carmona, comisaria de la exposición Andalucía, galerías y artistas, definen, a mi juicio, la grata impresión que los demás asistentes experimentamos en la inauguración de esta iniciativa conjunta del Ayuntamiento de Cádiz, de la Consejería de Cultura, de la Obra Social de Cajasol en el Castillo de Santa Catalina.
Esta reunión de obras de galerías gaditanas, a las que se han sumado las principales salas de las demás provincias andaluzas, ha demostrado el creciente interés que el arte contemporáneo despierta en nuestra Ciudad y, en consecuencia, nos ha convencido de la necesidad de contar con un centro permanente de exposiciones de arte contemporáneo.
Además de contemplar el amplio panorama de las creaciones de unos artistas tan reconocidos como, por ejemplo, Chema Cobo, Fernando Baños, Javier Flores, Pedro Fernández Pujol, María Cañas, Judas Arrieta, Paco Lora, Inmaculada Salinas, Jesús Micó, y al mismo tiempo que advertía cómo esas obras, sin afán representativo, filtraban la realidad a través de la subjetividad de sus creadores, he prestado especial atención a los jugosos comentarios que hacían los visitantes, una minoría, quizás tan amplia como la de la poesía.
Si unos admiraban la sencillez de unas líneas elementales, libres y liberadoras, otros, por el contrario, se extasiaban ante la complejidad casi orgánica de las composiciones graficas. En un nutrido grupo de jóvenes se comentaba las ocurrencias aparentemente casuales de unos apuntes instantáneos, mientras que, junto a ellos, unas señoras señalaban de forma visible las variaciones rigurosas de unos dibujos que algunas interpretaban como “eclosión de garabatos”. No hay duda, sin embargo, de que estos esbozos, además de estimulantes generadores de sensaciones, de sentimientos y de ideas, constituyen las mejores demostraciones de la rica realidad íntima de los artistas y, quizás, las revelaciones de las secretas emociones que despertaban en algunos de los visitantes.
En esta amplia muestra hemos podido comprobar la calidad y la coherencia de las diferentes propuestas cuyo denominador común es, a mi juicio, la fecunda exploración de las diversas sendas por las que se puede llegar a una síntesis entre los múltiples lenguajes artísticos, entre el dibujo, la fotografía, la pintura, la escultura e, incluso, la literatura.
En mi opinión, este amplio panorama nos explica y nos ilustra unos conceptos que, aunque los manuales los definen teóricamente, si pretendemos interpretarlos y valorarlos adecuadamente necesitamos comprobarlos mediante la contemplación atenta de unos ejemplos tan persuasivos como los que aquí están expuestos. En este recinto mágico hemos averiguado la hibridación, el eclecticismo, la mixtificación y la mezcolanza de unos trazos que tanto tiene que ver con los cambios los sociológicos, políticos, económicos y culturales que experimentamos en el tiempo actual.

Cantiñas


Cantiñas
José Antonio Hernández Guerrero

Acabo de recibir con alegría y con gratitud la edición de las cantiñas que ha preparado Antonio Murciano y que canta Mariana de Cádiz, acompañada de las guitarras de Antonio Carrión, Pascual de Lorca, Juan Diego de Luisa, con la colaboración especial de Paco Cepero. Esta antología de los cantes característicos de nuestra costa atlántica gaditana constituye, a mi juicio, una aportación definitiva a la discografía especializada y una fuente inagotable para el estudio comparativo –temático y estilístico-, de estas manifestaciones artísticas tan similares y, al mismo tiempo, tan diversas como es el conjunto de cantes de la Bahía.
Gracias a esta serie tan variada de formas literarias y de esquemas musicales, cuyo denominador común es el ritmo, los aficionados, los profesionales y los estudiosos, al mismo tiempo que se deleitan, pueden identificar los rasgos que caracterizan a cada uno de los cantes rítmicos gaditanos que están englobados bajo la denominación genérica de “cantiñas”.
El rescate que durante largos años ha llevado a cabo Antonio Murciano -poeta, investigador y, como afirma María del Carmen García Tejera, el genuino "porta voz", portador de esa voz colectiva de todos los que nos llamamos y sentimos gaditanos- nos proporciona unas piezas que, perdidas u olvidadas, forman parte de nuestro patrimonio cultural. Antonio Murciano es un flamencólogo en el sentido más auténtico y más creativo de esta función: cuando indaga datos históricos, formula hipótesis o valora rasgos artísticos, ennoblece el flamenco y dignifica a los flamencos. Su interpretación de estos ecos profundos y ancestrales constituye la mejor explicación de sus contenidos mágicos. Su servicio mediador ha contribuido definitivamente para que cada uno de los cantes alcance la cualificación estética que merece y para que los cantaores ocupen el lugar preciso que le corresponde.
Especialmente acertada ha sido la elección de la cantaora/artista Mariana de Cádiz, una mujer cuya voz, dotada de una enorme amplitud de registros, de una extraordinaria intensidad y de una extensa variedad de matices, es especialmente apta para decir las diferentes modalidades de cantiñas como las alegrías, las romeras, el mirabrás, los caracoles, las jotillas de Cai, la peregrina o la Rosa. Su excelente voz, su considerable técnica moduladora y su fino oído se ajustan a la exquisitez, a la fragilidad y a la finura de unos cantes que, depurados por la transparencia y por la luz del cielo de esta Bahía, por el ritmo melódico de las olas de estos mares y por el fino sabor de la sal de sus salinas, se definen por su rica melodía y, a veces, por su variada armonía.
No olvidemos que el flamenco –el cante, el baile y el toque- posee, sobre todo, el valor de las realidades naturales y el atractivo de los fenómenos elementales. La belleza del flamenco, como la de una piedra o la de una gota de agua, es natural y elemental; está, por lo tanto, más próxima a la hermosura de un paisaje que al valor de un cuadro o de una sinfonía. De la misma manera que una montaña o un árbol adquieren significado estético cuando la mirada y el pincel de un pintor los recrea, el flamenco descubre altura de su nivel artístico cuando un crítico dotado de sensibilidad -de paladar- revela sus misterios y calibre sus calidades. Escúchenlos y ya verán cómo estos cantes de Cádiz, renovados, rejuvenecidos y enriquecidos, poseen aroma, vibración y chispa.

: constituye un ejemplo señero de la simpatía, del rumbo, del tronío de esta tierra que canta y baila su alegrías y sus penas, sus amores y sus desengaños..

además tan popular por su simpatía, por su dominio de numerosos estilos, especialmente de y los tanguillos de esta tierra, las variadas matizaciones melódicas de su excelente voz que está enriqueciendo los cantes con melodías y con letras elaboradas -composiciones de poetas cultos.


rescatando a lo largo de los años un considerable número de cantiñas, algunas conocidas, y con unos criterios funcionales y de carácter didáctico, las ha ido ordenando hasta lograr una completa, que se convierte en obligada fuente de consulta. .
Realmente, lo que los diferencia son algunos matices, y éstos determinan la naturaleza de cada uno de ellos. Antonio Murciano, uno de los más veteranos especialistas. Para llevarla a cabo, Murciano ha escogido con acierto la voz luminosa de Mariana de Cádiz, máxima exponente del flamenco de esa tierra
En Cádiz, por el contrario, las letras se renuevan y se enriquecen continuamente y muchas de ellas están firmadas por poetas conocidos y reconocidos como, por ejemplo, José Luis Tejada, Antonio Murciano, Manuel Ríos Ruiz, José Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, Alfonso "El del Gaspar".
Requiere términos de comparación humana, cotejos entre modelos renovables. La gracia coquetea con los aires nuevos, requiere blandura de horizontes, dinamicidad portuaria, para su mejor granazón de sorna e ironía. El cante flamenco, tras respirar los aires gaditanos se enriqueció con una mayor dosis de gracia, de melodía y de arte y, adquirió, sobre todo, suavidad rítmica, dulzura melódica y transparencia armónica. La ciudad de Cádiz, que se define, como es sabido, por su situación geográfica, por su carácter marino y por su antigüedad trimilenaria aporta al arte y a la vida una singular distancia ­crítica y un peculiar sentido de humor­.
La antigüedad de Cádiz determina una actitud distante, irónica y relativizadora frente a la vida que late, bulle y transcurre. Esta postura vital y estética es también, en gran medida, efecto de su configuración urbana, de su constitución social y de su singular historia: su manera de contar los acontecimientos es la forma propia de un pueblo antiguo que está recostado al borde de una orilla atlántica. Esta situación geográfica e histórica también ayuda a explicar su peculiar sentido del humor: la gracia posee una progenie marina, pide el mar, necesita de la plasticidad renovada de las cosas y de los seres,­ se desarrolla con los aires nuevos y se renueva en la blandura de los horizontes y en la dinamicidad portuaria.
La musicalidad. si poseen, sobre todo, compás, los cantes de Cádiz Los cantes de Cádiz poseen suavidad rítmica, dulzura melódica y transparencia armónica el cantaor ha de tener, además de sentido rítmico, además de compás, buena voz y buen oído.







YAZIRAT QADIS


YAZIRAT QADIS
José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer que, a pesar de los valiosos trabajos de investigación que, en los últimos tiempos, están llevando a cabo especialistas tan cualificados como, por ejemplo, los profesores Pedro Martínez Montávez, Juan Abellán Pérez, Fernando Nicolás Velázquez Basanta y Joaquín Bustamante Costa, las huellas culturales que la civilización islámica estampó en nuestra ciudad son menos conocidas que las que grabaron otras culturas como la fenicia o la romana. No podemos olvidar, sin embargo, que nuestras costas constituyeron, durante más de cinco siglos, un enclave privilegiado en la época islámica tanto en las actividades militares como en los intercambios comerciales.
La exposición que -diseñada por Carlos Crespo- acabo de visitar en el Museo de Cádiz, titulada YAZIRAT QADIS -Isla de Cádiz-, me ha proporcionado la ocasión de conocer una época tan dilatada y tan importante de nuestra Ciudad y me ha brindado la oportunidad de reflexionar sobre los cauces que deberíamos abrir -en estos momentos de intensificación de los conflictos religiosos- con el fin de evitar ese temido choque de civilizaciones cuyas demoledoras consecuencias serían irremediables.
Este ameno e instructivo recorrido a través de recreaciones y de maquetas, que he seguido guiado por el audiovisual introductorio, me ha permitido indagar sobre la ciudad islámica cuando Cádiz pertenecía a ese recoleto distrito de Sidonia –el actual barrio de El Pópulo-; me ha facilitado el análisis de la vida religiosa, centrado en la mezquita situada en la actual Catedral Vieja, y me debería servir de estímulo para el estudio del comercio, a partir de los restos que nos ofrecen los hallazgos de la arqueología subacuática y del examen de los utensilios que nos ilustran sobre la vida cotidiana de la sociedad islámica a través de juegos de niños o de las vajillas con las que comían o cocinaban.
La contemplación de estos objetos hallados en el subsuelo de la Bahía, conservados en las pinacotecas de Cádiz y San Fernando, e interpretados por Francisco, Padilla, especialista en cerámica islámica, nos invita para que realicemos un apasionante viaje a una civilización que pervive en algunos restos materiales de los barrios de El Pópulo o de Santa María y que laten en esos pliegues íntimos de nuestra conciencia, en esas palpitaciones intensas que determinan muchos de nuestros comportamientos familiares y ciudadanos.
En mi opinión esta muestra se podría completar con una serie de trabajos de divulgación en los que nos expliquen la influencia de la cultura islámica en la lengua, en la literatura y en la cultura tanto la más elaborada y como la popular. En vez de seguir remachando con terquedad en los rasgos que nos distancian deberíamos buscar e identificar las características universales subyacentes en ambas tradiciones. Ésta sería una senda por la que pudríamos acercarnos a esa comunidad global de la cooperación para, al menos, colaborar en la disminución de las carencias y de los sufrimientos.
A mi juicio, deberíamos tener más en cuenta la riqueza cultural, científica, económica y artística de la que, en cierta medida, somos deudores. Nuestra lengua e, incluso, nuestra literatura, ponen de manifiesto hasta qué punto el estudio de este patrimonio es una tarea inaplazable para deshacer peligrosos perjuicios raciales, para comprendernos a nosotros mismos y para entablar unas relaciones más respetuosas y una colaboración más fructífera.

Victoria Martín de Campo





Victoria Martín de Campo
José Antonio Hernández Guerrero

Las reflexiones sobre los episodios históricos y, por supuesto, los análisis de las obras artísticas, además de proporcionarnos informaciones interesantes sobre la manera de interpretar la vida humana nuestros antepasados, nos arrojan abundantes luces sobre nuestra cambiante -progresiva- forma de pensar, de sentir y de comportarnos. Esos testimonios, aunque estén distantes, encierran las raíces y las claves de los problemas más importantes que nos plantea la actualidad. El pasado nos importa porque, en la medida en que nos descubre y nos explica nuestra situación actual, nos ayuda a seguir creciendo. Éste fue el objetivo que se propuso Rosa Regás en sus comentarios sobre el Autorretrato -dotado de “infinita sencillez y sobriedad”- de la pintora gaditana Victoria Martín de Campo, que se exhibe en el Museo de Cádiz.
Con su lenguaje claro, directo e incisivo, la escritora catalana -“mujer apasionada, irritable, libre, batalladora y de lágrima fácil”, en palabras de su presentadora, Ana Rodríguez Tenorio- aprovechó la oportunidad para exponernos su juicio sobre la sociedad machista, injusta e inhumana, de entonces y de ahora. Nos explicó las razones por las que esta artista, que nació en 1784 y falleció en 1869, a pesar de ser mujer educada para ser madre, esposa o amante, fue capaz de ser pintora. La esmerada educación de esta artista -que, a pesar de su notable talla intelectual, no es suficientemente conocida por la historia ni reconocida por la crítica especializada- fue posible gracias a la confluencia de tres factores que sólo coincidían en una minoría de seres afortunados: unos padres generosos, unos elevados medios económicos y un clima social progresista: el de aquel Cádiz del diecinueve.
A juicio de Rosa Regás, Victoria Martín de Campo constituye una llamada perentoria para que luchemos descaradamente contra esas inhumanas convenciones que nos encadenan -más a unas que a otros-, y contra esas atávicas convicciones según las cuales la fuente de la felicidad de la mujer es la sumisión al hombre. Hemos de reconocer que, a pesar de los innegables avances que, a fuerza de denodadas porfías, se están produciendo, aún queda un dilatado trecho por recorrer para alcanzar una sociedad más igualitaria y más equilibrada, más abierta y más colaboradora.
En mi opinión, la única forma de deshacer los estereotipos machistas y de propiciar el clima social que facilite el progreso en el camino empinado hacia la igualdad, hacia unas relaciones más equitativas, hacia la revolución incruenta, profunda y silenciosa del crecimiento individual y de las relaciones humanas es trabajar con el fin de elevar la cultural y avanzar en una educación apoyada en los cimientos de una ética y de una estética que, además de la razón, cultive la imaginación y las emociones.
Me atrevo, incluso, a proponer un modelo de educación que nos estimule permanentemente a preguntarnos sobre nosotros mismos, a cuestionarnos nuestra forma de vivir, a interpelarnos sobre nuestras categorías de valores: que, frente a los diferentes dogmatismos religiosos, políticos, filosóficos y estéticos, nos haga dudar de nuestras convicciones. ¿Quién soy yo? ¿Quién es el otro? Una formación que nos distancie y nos acerque a nosotros mismos y a los demás. A lo mejor la contemplación de las obras artísticas nos sirve también para ver con otros ojos, para interpretar con otras claves y para reconstruir con otros materiales la realidad. Es posible que la función principal del arte consista en transformar el mundo descubriendo el valor profundo, la nobleza íntima y la belleza esencial de cada cosa.

Residencia de Mayores"José Matía Calvo"


Residencia de Mayores “José Matía Calvo”
José Antonio Hernández Guerrero

“Me llamo Adelaida de Negrete, soy de Jerez y estoy contenta porque me siento a gusto aquí y porque, dentro de un rato, vendrán mis hijos a visitarme. ¡Quién me iba a mí a decir -enfatiza- que estaría en un hotel tan confortable como éste, aquí al lado de la Caleta”! Estas fueron las palabras que, sin que le hubiera preguntado, me dirigió esta señora que, entrada en años, ofrecía un aspecto saludable y, sobre todo, unas irresistibles ganas de vivir y de disfrutar de un “clima tan agradable como éste, y de una compañía de gente tan cariñosa”.
Muy cerca de esta tertulia de seis señoras, estaba situada otra de caballeros de los que sólo pude escuchar un ¡ole! que uno de ellos de pelo ensortijado fue incapaz de reprimir cuando escuchó tararear a un enfermera ese cante que empieza “dime por qué tienes carita de pena”. Tras esta visita he llegado a la conclusión de que el paso imparable del tiempo nos enseña a leer la vida con nuevos ojos y a comprobar cómo, simplemente, respirar con libertad puede ser el logro de un ansia suprema y el disfrute de un placer intenso.
Créanme si les confieso que, si me llamó la atención la luz, la limpieza e, incluso, el confort de todas las instalaciones, en especial del jardín, del hall, del patio interior, de los salones, de la sala de televisión, del comedor, de las habitaciones, de la enfermería, del solárium, del gimnasio, de la peluquería, de la sala de visita, del baño geriátrico, de la biblioteca, de las salas de estar y del salón de actos, mucho más me sorprendió esa atmósfera cálida creada por ese puñado de profesionales cualificados que se esfuerzan por transmitir su convicción de que la ancianidad es -puede ser- la época en la que recogemos los frutos maduros y saboreamos los jugos nutritivos de las experiencias más gratificantes de nuestra existencia.
Guiado por la directora, María del Mar Valverde, he comprobado, por ejemplo, cómo la psicóloga dirigía unos ejercicios de estimulación cognitiva, o cómo el fisioterapeuta ocupacional ayudaba a resolver algunos de esos problemas que, a cierta edad, dificultan los movimientos y las actividades de la vida diaria. Me he fijado, con especial atención, en las expresiones serenas de unos ancianos que, situados en la cumbre de sus vidas y con diferentes grados de dependencias, se esfuerzan por desplegar todas las capacidades físicas y mentales para seguir creciendo y para interpretar, comprender, valorar, disfrutar y vivir plenamente en el mundo actual. Y es que, como me decía una señora de muy buen ver, “nosotros aquí nos divertimos, jugamos, vamos de visita y de excursión, organizamos fiestas y hasta una caballada con los vecinos del barrio del Barrio Balón”.
En mi opinión, el esfuerzo económico y humano que desarrolla la Diputación Provincial y, en concreto, las actividades que lleva a cabo la Diputada de Igualdad, Margarida Ledo Coelho, constituyen unos testimonios elocuentes del compromiso que las instituciones públicas han adquirido de atender a los ciudadanos que, debido a las limitaciones físicas y funcionales de la edad e, incluso, al aumento de vulnerabilidad en este tramo final de la vida humana, necesitan una ayuda complementaria y especializada con el fin de que, en la medida de lo posible, se aligere o se retrase el proceso de inevitable degradación biológica y mental, y para que logren que esta etapa de nuestras vidas sea, incluso, más fructífera y más placentera que las anteriores. Como me decía al despedirme Loli García Carrillo, la eficiente trabajadora social, “no podemos olvidarnos de que, si tenemos la suerte de sobrevivir, todos vamos a necesitar de estas ayudas”.





Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez
José Antonio Hernández Guerrero

La importancia literaria –vital- del tema y la calidad científica –humana- de los conferenciantes determinaron que, entre los diversos actos culturales que se celebraban el mismo día y a la misma hora, me decidiera por el que tendría lugar en la sede de la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Andalucía como homenaje a Juan Ramón Jiménez, al cumplirse el cincuenta aniversario de su fallecimiento. Como todos sabemos, la obra del poeta universal de Moguer, no sólo impulsó un cambio sustancial en la literatura española e inauguró la modernidad poética, sino que, además, mostró esa capacidad del lenguaje humano para, hacer visible lo invisible, para decir lo indecible y para traducir la realidad material convirtiéndola en sustancia del espíritu de los seres de la naturaleza y, sobre todo, en los contenidos de la “conciencia” del cantor: del poeta que escribe y del poeta que lee.
Ana Sofía Pérez-Bustamante -precisa, rigurosa y documentada- dibujó el luminoso y anchuroso horizonte literario en el que sigue brillando Juan Ramón, ese astro que orienta y alienta a las diferentes oleadas de creadores actuales. Sus apuntes certeros nos sirvieron para calibrar el significado de esta reunión que, abierta a todos los públicos, sólo podía ser disfrutada por esa “gran minoría” -escasa pero suficiente- de degustadores de exquisitos aromas.
Javier Blasco –“el especialista” de Juan Ramón Jiménez- nos explicó cómo los ritmos melodiosos de sus versos transforman las palabras en música porque, gracias a la luz de su aguda y penetrante mirada, los mares y los ríos, los montes y los prados, los astros y las estrellas, los pájaros y los niños entonan brillantes cantos que, imponiéndose, invadiéndonos y poseyéndonos, descubren los latidos más íntimos de nuestras conciencias.
Pilar Paz Pasamar, revestida con aquella “inocencia juvenil” con la que, alborozada, releía los estimulantes juicios que sobre sus poemas le dirigía Juan Ramón, desmontó uno a uno los reiterados e infundados tópicos que sobre el poeta se siguen repitiendo con frívola insistencia: el panteísmo, el menosprecio a su mujer, Zenobia, y su esquizoide aislamiento sólo son construcciones simplistas elaboradas por críticos superficiales.
Con los perspicaces análisis de estos tres maestros de la palabra hemos comprobado cómo, efectivamente, la poesía -la forma suprema de expresión humana y el instrumento más potente de creación estética- nos proporciona una visión, una audición y una interpretación trascendente de la realidad, y cómo su función principal consiste en transformar el mundo descubriendo el valor profundo, la nobleza íntima y la belleza esencial de cada cosa. El Poeta -con mayúsculas- es ese ser privilegiado, profeta e iluminado, que dota de sentido a los objetos y que extrae significados de los movimientos; es el vidente que proporciona existencia a las ideas, vida a las imágenes, alma a los cuerpos y espíritu a la materia.
La Poesía es la facultad omnipotente de transformar las palabras en música, en escultura, en arquitectura y en pintura: nos sirve para acercarnos y para alejarnos de la realidad, para penetrar en nuestro interior y para contemplarnos desde fuera. Nos hace pensar y reflexionar, sentir y emocionarnos, disfrutar y sufrir, llorar y reír, y, en cierta medida, nos puede ayudar para que humanicemos nuestras relaciones, aunque a veces la usemos para deshumanizar la sociedad. La literatura es esa llave que nos sirve para comprender las realidades misteriosas a partir de realidades cotidianas.

María Arteaga


María Arteaga
José Antonio Hernández Guerrero

¿A quiénes damos de comer? A los tienen hambre. ¿Por qué lo hacemos? Porque sentimos pena. Estas respuestas tan elementales de la hermana Teresa constituyen, a mi juicio, la mejor manera de explicar el mensaje fundamental del Evangelio. Las actitudes y los comportamientos de estas nueve mujeres componen un discurso que, sin necesidad de acudir a exégesis escriturísticas, es mucho más claro y bastante más eficaz que mucho tratados de Teología. Mediante el lenguaje sencillo, directo y bello, de su servicio a los más necesitados, comprendemos esas ideas que nos ayudan a descubrir unas razones válidas para vivir la vida de una manera más intensa y más alegre: sus vidas nos invitan amablemente a que afrontemos las dificultades que entraña la existencia humana con un espíritu positivo.
Estas son las enseñanzas que hemos recibido en la visita al Hogar situado en el callejón María Arteaga, donde nueve Hermanas de la Caridad, ayudadas de diez voluntarios –dos hombres y ocho mujeres-, con naturalidad, hacen lo que saben, con alegría, trabajan en lo que les gustan y, con sencillez, explican lo que pretenden: se dedican exclusivamente a dar de comer al hambriento y a vestir al desnudo. “Ésta es –comenta sor Nieves- nuestra peculiar manera de rezar, de hablar y de vivir”.
Este centro nos proporciona, más que nuevas informaciones o inéditas lecciones, unos estimulantes impulsos para que profundicemos, por la senda de la experiencia y de la introspección, en las sensaciones, en los sentimientos y en las vivencias que podemos experimentar si nos decidimos a “practicar” las convicciones teóricas. Es una amable invitación para que, asomándonos a esas vidas tan próximas, descubramos lo mejor de nuestras propias existencias. Vivir el amor es la única manera de creer en la trascendencia: el Evangelio, como es sabido, más que un libro de doctrina, es una guía de vida, un plan, un programa y un itinerario. Y es que, paradójicamente, el amor es el único camino que nos conduce directamente a la libertad, a la paz y al bienestar.
“Para comprender –afirma la Hermana Teresa- es necesario amar”. Pero para amar hemos de compartir experiencias con unas personas que necesitan compañía, atención, escucha y cuidados físicos. Hemos de penetrar en sus vivencias y descubrir esas amargas paradojas de quienes, teniendo necesidad de amor, se resisten a amar y a dejarse amar: “Incluso para reconciliarnos con nosotros mismos, aceptarnos y amarnos serenamente, necesitamos amar a los demás. Calibramos en su verdadero sentido las realidades humanas si las miramos desde el corazón: sólo conocemos lo que amamos”.
Hemos comprobado cómo, a través de estas experiencias, llegamos a conclusiones análogas a las que formulan eminentes pensadores actuales: que muchos de los problemas que acucian a la sociedad contemporánea, a las crisis que sufren las familias e, incluso, a los desequilibrios que padecen muchos conciudadanos, tienen su origen en el permanente empeño por cubrir nuestra radical miseria, disimulando nuestro irrefrenable egoísmo y camuflando nuestra insaciable ansia de dominar a los demás. Quizás la aportación más valiosa de estas vidas -sencillas, claras y valientes- sea la narración pormenorizada de la senda que hemos de recorrer para releer unos principios que, aunque están tan claros en el Evangelio, sólo cuando se convierten en vida muestran su valor y demuestran su eficacia: que la fe es una manera de sentir y de amar. “Nosotras -nos dice la hermana Teresa al despedirnos- no estamos aquí para dar lecciones a nadie sino, todo contrario, para aprender de los que acuden a comer”.


Museo Catedralicio


Museo Catedralicio
José Antonio Hernández Guerrero

Los museos, como todos sabemos, cumplen las funciones de conservar con esmero y de exhibir, de forma didáctica, atractiva y amena, las obras artísticas, históricas y culturales que nos han legado nuestros antepasados más ilustres. Guardan los testimonios de las raíces que nutren nuestras vidas y las claves que hacen posible que nos reconozcamos cómo somos en la actualidad. Por mucho que nos empeñemos en negarlo, estos recintos encierran las explicaciones de nuestras actuales maneras de pensar, de sentir y de actuar.
El mismo convencimiento que, hace varias semanas, me impulsó a sentarme en los graderío del teatro romano con el fin profundizar en los mensajes que nos transmiten sus restos y de extraer lecciones para la vida actual, me ha animado para que visite el Museo Catedralicio que está instalado en la Casa de Contaduría, asentada precisamente sobre la cávea de dicho teatro.
Guiado por el detallado prospecto que ha elaborado el canónigo, profesor e investigador Pablo Antón Solé, he recorrido el Patio Mudéjar de la Casa del deán Rajón y el de la Casa del canónigo Terminelli, donde en los años cuarenta del siglo pasado -¿recuerdan los mayores?- el padre Torres, además de enseñarles las reglas aritméticas y las normas ortográficas a los acólitos y a los seises, ensayaba los motetes que ellos cantaban en las funciones solemnes de la Catedral.
En las diferentes salas he contemplado las muestras de pintura del siglo XIX como, por ejemplo, la de San Hermenegildo y Santa Inés, Santa Filomena y Santa Isabel, la Virgen con el Niño y Ángeles y la Aparición de la Virgen a San Ildefonso de Toledo. Me he detenido especialmente en la Sala de las Custodias en las que se exhiben, entre otras, la custodia del Cogollo, de estilo gótico florido, la del Millón, recamada con piedras preciosas y con perlas, y la de Ana de Viya, neogótica, adornada con una rica variedad de pedrería. He observado minuciosamente el Cáliz gótico, la Cruz de los juramentos, gótica y plateresca, la Cruz procesional, de estilo platerescom y la Bandeja de Ágatas, posiblemente renacentista de origen italiano.
En la Sala de Plata, he admirado el amplio y variado conjunto de piezas de orfebrería de estilo barroco y neoclásico como, por ejemplo, cálices, vinajeras, candelabros, incensarios, escribanías, relicarios de plata y de talla de madera policromada, y he recordado el esplendor de aquel siglo XVIII gaditano que fue punto de partida y de llegada de los comerciantes de América.
Durante el recorrido he reflexionado, no sólo sobre los cambios de estilos artísticos y sobre la evolución de los cánones de belleza, sino también sobre las transformaciones de los ritos litúrgicos, sobre las diferentes y, a veces, opuestas formas que, a lo largo de la Historia, los creyentes han interpretado y celebrado aquellos misterios que tuvieron lugar hace ya más de dos mil años.
En mi opinión, es saludable seguir ese impulso que nos lleva a confrontarnos con nuestro pasado, a medirnos con él, con el fin de extraer enseñanzas de los relatos de esos episodios lejanos que, por caminos zigzagueantes, desembocan en nuestra actualidad. La contemplación de estas reliquias, además de hacernos disfrutar, puede enseñarnos valiosas lecciones proporcionándonos pistas orientadoras que nos ayuden a proseguir nuestra andadura. Para ello es necesario que cultivemos el sentido crítico con el fin de extraer las sustancias nutritivas y, al mismo tiempo, liberarnos en lo posible de lo peor de esos tiempos ya superados.

Caballeros Hospitalarios


Caballeros Hospitalarios
José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que a mí también me picó la curiosidad cuando, hace ya varios años, contemplé por primera vez a esos caballeros que, ataviados con sus capas rojas y con esas cruces blancas, celebraban sus cultos litúrgicos en el Oratorio de San Felipe Neri. Créanme si les digo que aquellos hábitos de las órdenes de caballería me produjeron la impresión de que se trataba de una institución anclada en el pasado. Incluso -quizás influido por las leyendas sobre otras órdenes militares como, por ejemplo, la de los Templarios- me pasó por cabeza la posibilidad de que pertenecieran a una de esas sectas secretas que practican ritos esotéricos y que persiguen fines ocultos.
Ni corto ni perezoso me decidí a visitar la sede que está en la calle Cervantes, en el edificio que anteriormente era la Casa de Socorro, con el fin de que me proporcionaran informaciones sobre sus fines, sobre sus métodos y sobre sus actividades. Y allí, lo primero que hizo el secretario general, Rafael Melgar Fernández, fue confirmarme que, efectivamente, en su origen los Caballeros Hospitalarios habían sido integrantes de un grupo caritativo que, en la Edad Media, asistía a los peregrinos que, enfermos y cansados, acudían a un Hospital ubicado Jerusalén, en el mismo lugar en el que mil años antes, se encontraba el hogar de Zacarías, el padre de San Juan Bautista. El tesorero, Miguel Farrujia Carvajal, me precisó que, a lo largo de los siglos, esta institución había sobrevivido gracias a su capacidad para adaptarse a las diferentes exigencias de cada momento histórico y a las distintas características de cada sociedad. Pepi y Manoli no disimulaban su alegría al mostrarme lo “esdamondá” que estaban todas las habitaciones y lo cómodos que eran los sillones de la sala de estar donde los residentes conversaban y veían la televisión.
Me han resultado esclarecedoras, sobre todo, las reflexiones que me hizo el director, Francisco Súnico, mientras me enseñaba cada una de las dependencias y me explicaba los diferentes servicios que allí ofrecen a los más necesitados como, por ejemplo, el reparto de alimentos, las cenas y el alojamiento nocturno o los talleres ocupacionales de marquetería, carpintería, cocina, inglés e informática.
Me ha definido con precisión los principios en los que se apoyan estas actividades y, con entusiasmo, me ha justificado las razones que empujan a los Caballeros a desarrollar una labor que, desgraciadamente, sigue siendo indispensable. Partiendo del supuesto de que el origen y, por lo tanto, la solución de la muchos de los problemas de extrema pobreza que sigue sufriendo un considerable sector de nuestra opulenta sociedad radican en una deficiente organización social, en una inaceptable práctica política y en una carencia del sentido ético, hemos de reconocer que, incluso en las mejores condiciones legales y administrativas, muchas de las necesidades individuales y colectivas no se remediarían sin la ayuda desinteresada de voluntarios o sin la colaboración generosa de instituciones altruistas.
Reconociendo que ya ha pasado la época en la que los más desprotegidos eran tratados como sujetos pasivos, sin capacidad de intervenir y de criticar –al menos indirectamente- en el funcionamiento de los organismos políticos, hemos llegado a la conclusión de que, en la actualidad, existen propuestas innovadoras, fruto de la acción libre de aquellas personas que dedican parte de su tiempo a mejorar la situación de los más desfavorecidos. No dudamos de que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos para conseguir un determinado bienestar humano ni de que hemos de luchar para lograr una sociedad civil justa, que trate de superar los problemas sociales como el hambre, la pobreza o la exclusión, ha de cimentarse en los valores de la solidaridad.
Como repetía Paco Súnico, “la validez y la eficacia de nuestras formas de intervención social residen, más que en sentimientos de compasión paternalista, en una profunda convicción de la dignidad suprema del ser humano”.

Rusia siglo XX


Rusia Siglo XX
José Antonio Hernández Guerrero

No me extraña que, como me confirma María de los Ángeles Delfín, los numerosos visitantes –los que vienen expresamente desde diferentes ciudades españolas o los turistas que permanecen escasas horas en nuestra Ciudad- coincidan al expresar su sorpresa -y algunos de ellos su entusiasmo- por la “feliz oportunidad” de conocer, de admirar y de disfrutar con esta colección de obras pictóricas de artistas rusos del siglo XX.
Gracias al trabajo, apasionado, tenaz y riguroso, de Dolores Tomás y a las relaciones de amistad de esta mecenas y coleccionista con los autores de los lienzos, esta muestra, ubicada en el Castillo de Santa Catalina, nos proporciona el conocimiento de una serie de pinturas rusas que, a juicio de Matías Díaz-Padrón, Director Técnico y Conservador Jefe del Departamento de Pintura Flamenca y Holandesa del Museo del Prado, llena un periodo apasionante y excepcional.
A través de los diferentes temas y de los diversos estilos de estas 125 obras al óleo de cincuenta y siete autores, disfrutamos –valoramos y sentimos- con escenas de la vida cotidiana de los rusos en aquellas circunstancias tan difíciles tras la Revolución de 1917, y podemos apreciar las orientaciones que siguen las corrientes artísticas que, alejadas de los estilos que se cultivan en la Europa Occidental, y a pesar de las dificultades, se desarrollan en los estudios de los creadores bajo las pautas impuestas por la política soviética.
En esas tres salas hemos contemplado obras que nos hablan de obreros y de campesinos, de bodegones y de flores, de escenas de hombres que labran la tierra o que acuden a la guerra, de mujeres humildes que recogen sandías, riegan o pintan el tejado, cuyos rostros nos hablan de sufrimiento, de trabajo y de resignación, de niñas y de niños que leen, dibujan o trabajan en el campo, de paisajes de amplias estepas, de frondosos bosques, de montañas y de valles.
Hemos comprobado cómo, a pesar de que muchas de las pinturas son realistas -siguiendo las consignas políticas que imponían la obligación de que el arte se utilizara como instrumento al servicio del pueblo- también se realizan otras obras que, con claros rasgos impresionistas, plasman la luz y atrapan el instante, sin marcar los detalles, y que, como por ejemplo la “Playa” de Alexandr Fomkin (1924), o “Un día verde” de Pior Zverlvski (1942) emprenden un retorno al impresionismo asumiendo el ímpetu emocional del pueblo llano y reflejando con ternura diferentes imágenes de la vida cotidiana de un país que trabaja, sufre y calla.
Durante esta grata vista he reflexionado sobre esa permanente tentación de algunos políticos que, mediante prohibiciones y amenazas, o a través de dádivas y de subvenciones, pretenden cortar las alas de la libre inspiración y hacer que los artistas se conviertan en sus entusiastas pregoneros. Reconocemos, sin embargo, que el fomento de las artes constituye uno de los cometidos ineludibles de los poderes públicos y de las instituciones sociales, quienes, además de otras tareas, han de estimular el esfuerzo personal para lograr un aceptable grado de educación cultural y de gusto artístico.
Pero lo que más me ha llamado la atención en esta placentera visita ha sido el entusiasmo con el que un nutrido grupo de alemanes, ante el cuadro titulado “La lluvia en el bosque”, de Igor Sushenok (1964) comentaba la intensa luz que se reflejaba en el húmedo suelo. Poco a poco vamos comprobando cómo la cultura, además de alimentar nuestro espíritu, es el exponente más explícitos del nivel de bienestar de una sociedad.



han de ser saludables, nutritivos, apetitosos y, también, gratos al olfato, a la vista y, por supuesto, al paladar.







Los artistas iniciaron el siglo entre innovaciones de influencias cubistas, futuristas y expresionistas mientras se reforzaban los principios de un renacimiento ruso. Pero domina en la exposición el impresionismo. se produjo un regreso al impresionismo". Esta muestra contribuye a consolidar Cádiz como ciudad de encuentro del mundo ruso e hispánico.

El Museo de Bellas Artes Gravina (Mubag) de Alicante acoge entre mañana y el 6 de julio una exposición de pintura de 46 "grandes maestros" rusos posteriores a la Revolución de 1917 que son desconocidos por el gran público de los países occidentales . Se trata de parte de la colección privada de Dolores Tomás, que trata de realizar un "recorrido por las muy diversas escuelas de los grandes maestros" durante la etapa soviética, entre ellos, Serguei Martynov, Mikhail Batov, Piotr Litvinsli, Alexei Borodin, Vdim Velichko, Vladimir Stroyev y Aron Buj, conocido como el Van Gogh ruso.En la muestra se reflejan expresiones vanguardistas en un retorno al impresionismo asumiendo el ímpetu emocional del pueblo llano, al tiempo que se reflejan con ternura imágenes de la vida cotidiana. Algunos de estos pintores fueron relegados a la sombra por su independencia a la autoridad oficialista, lo que se refleja en la exposición.


La exposición, en la que se podrán contemplar 204 pinturas al óleo pertenecientes al período 1911-2000, escogidas entre las casi 3.000 obras que componen la colección del mismo nombre

AFANAS


AFANAS
José Antonio Hernández Guerrero

En primer lugar, querida Jessica, te agradezco la cordial sonrisa, la expresión alegre de esa cara tan guapa y, por supuesto, esta maceta de flores moradas que, decorada con tanto arte, me acabas de regalar. Diles, por favor, a todos tus compañeros, que todavía estoy impresionado por la espontaneidad con la que me gritasteis: “aquí todos estamos muy contentos; hasta Lola que es nuestra maestra de jardinería”.
Impulsado por el deseo inicial de conocer nuestra Ciudad, de aprender de las lecciones que me dictan sus entrañables rincones y de disfrutar con los encantos que encierran sus parajes más significativos, en el paseo de esta semana me he detenido en el Centro de la Asociación de Ayuda a Minusválidos Psíquicos que está situado en la Barriada de la Paz. Les adelanto que esta visita ha constituido una de las experiencias más provechosas, gratificantes y placenteras de las que he vivido durante estos recorridos informativos.
Acompañado de Juan Luis, el director de la Residencia de adultos, y de Guadalupe y de Lola, la directora y la subdirectora del Centro Ocupacional, he visitado las diversas instalaciones en las que más de cuatrocientos alumnos y residentes aprenden, trabajan, conversan, juegan, se divierten, se alimentan y descansan. He podido comprobar cómo, en el Centro Educativo, según el grado de autonomía de cada uno de los usuarios y siguiendo un plan de aprendizaje individualizado, en un ambiente relajado y cariñoso, conviven, estudian y trabajan niños, jóvenes y adultos que muestran alguna deficiencia psíquica.
Es cierto que me ha sorprendido gratamente la elevada calidad de algunos de los trabajos realizados en los talleres de madera, de jardinería o de mosaico como, por ejemplo, esos que, compuestos de diminutas piedrecitas multicolores, realizan los jóvenes que dirige Félix del Río, pero lo que más me ha asombrado ha sido el estimulante ambiente familiar que este grupo de más de ciento veinte profesionales, ayudados de varios voluntarios, han creado, guiados por el ánimo de proporcionar a estos conciudadanos nuestros una vida afectiva lo más normalizada posible y decididos a prestarles la atención peculiar y el apoyo específico que requieren las necesidades y las exigencias de estos colectivos en la vida cotidiana actual.
Lo malo es que, como me confesaba Emilio Carrere, Presidente de la Asociación, este Centro, creado por iniciativa de los padres de familia hace más de cuarenta años para atender las necesidades de unos sesenta usuarios, en la actualidad ya alberga más de cuatrocientos. Efectivamente se ha quedado pequeño, requiere una urgente remodelación de sus instalaciones y, sobre todo, está pidiendo a voces la renovación de muchos de sus muebles y equipos.
En mi opinión, es posible que, si las instituciones públicas y los ciudadanos visitáramos con mayor frecuencia estos centros asistenciales, además de proporcionarles mayores ayudas, recibiríamos en recompensa unos alentadores impulsos para vivir unas vidas que, por ser demasiado “normales”, nos resultan anodinas, insustanciales y aburridas. A lo mejor estos seres nos descubren, con su ingenuidad, el valor de las cosas elementales como, por ejemplo, un dibujo, una canción o una flor. A Pepi, a Juan, a Antonio, a Paco, a Carmen, a Manolo y a todos los demás de cuyos nombres ahora mismito no me acuerdo, os prometo que volveré para almorzar con vosotros. Un beso de José Antonio.

La Sagrada Familia de Rubens


La Sagrada Familia de Rubens
José Antonio Hernández Guerrero

La mayoría de los escritores que, invitados la por Asociación Qultura, han intervenido en el Ciclo Voces en el Museo, nos han estimulado para que, remontándonos libremente a las alturas del cielo limpio de la imaginación, creáramos episodios originales a partir de la contemplación de las obras que ellos nos explicaban. Sus estimulantes apuntes han sido amables llamamientos para que nos defendiéramos de los ataques permanentes de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos: para que nos protegiéramos de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional. Gracias a sus enjundiosos comentarios, hemos podido comprobar cómo las obras artísticas, cuando son interpretadas por los que poetas, se llenan de sentidos trascendentes y transmiten reconfortantes mensajes.
En esta ocasión, José María García López -profesor, investigador, traductor, articulista, novelista y poeta- con su palabra limpia y con su mirada sutil, ha penetrado en el fondo de los personajes de este pequeño cuadro pintado sobre cobre, que forma parte del legado del Almirante Lozano (1872), y nos ha invitado para que escucháramos los ecos que resuenan en la intimidad de nuestras propias conciencias. Sintonizando con la concepción cultural de este grupo de entusiastas gaditanos –alejada tanto de la KontraKultura como de la Cultura oficialista- y captando las vibraciones del público visitante, este escritor, “un humanista conocedor del espíritu humano”, como lo ha definido su presentador, el profesor de nuestra Universidad, José Jurado, ha profundizado en ese “espectro subterráneo que crea el arte” y que constituye el alimento que nutre nuestras fibras más humanas.
Conducidos por su habilidad narrativa y por su agudeza poética, hemos descubierto las claves biográficas que explican la pintura de Peter Paul Rubens (1577-1640), un alemán, considerado como uno de los pintores más destacados de la escuela flamenca y como el representante más genuino del estilo barroco. Hemos tratado de respondernos a las preguntas que José María hacía –nos hacía- sobre lo que ocurría en el interior de aquella casa popular que, en el fondo lejano, aparece cerrada. ¿Cuál es el sexo y la edad del ángel que, interrumpiendo el acto de amamantar, ofrece uvas blancas y negras al Niño? ¿Cómo se comportaba durante su niñez ese Niño Jesús, que dirige su mirada a pintor? ¿Qué piensa María, que tan parecida es a Elena Fourment, la segunda esposa del pintor? ¿Era consciente Rubens de esa la perplejidad en la que está sumido San José, quien, con la mirada perdida y la mano en el pecho, no llega a comprender el misterio en el que se ha visto implicado?
Esta conferencia nos ha demostrado que la “lectura literaria” de las obras pictóricas descubren los vínculos que unen el arte con las vidas de nosotros, los espectadores. Aunque no caemos en la ingenuidad de afirmar que los valores estéticos por sí solos humanizan, sí nos atrevemos a aventurar que las creaciones artísticas enriquecen el gusto, concentran la sustancia humana, ayudan para que, cultivando la sensibilidad, las ideas nobles y los sentimientos sutiles, se amortigüen los golpes de las acechanzas de la vulgaridad y las brusquedades de las ambiciones y de las crueldades personales e institucionales.
Los escritores, efectivamente, nos enseñan a mirar para descubrir la sustancia de las cosas, para traspasar los límites sensibles a los sucesos, para desnudar de disfraces y de caretas a las personas, para penetrar en el fondo oculto de la mente, para apropiarnos de las esencias de los objetos, para construir y reconstruir mundos. Las obras de arte, transmiten –querido José María- mucho más de lo que pretenden sus creadores.

Teatro Romano


Teatro romano
José Antonio Hernández Guerrero

En homenaje póstumo al arqueólogo gaditano Francisco José Sibón, recientemente fallecido, y antes de visitar el teatro romano, uno de los objetos de sus rigurosas investigaciones, he dado varias vueltas alrededor de esa estatua de Lucio Cornelio Balbo "El Menor", que está situada en medio de la fuente que sirve de rotonda al final de la avenida Amílcar Barca y al comienzo de la avenida del Campo del Sur. Los investigadores Antonio García Bellido, Juan Francisco Rodríguez Neila, Ángel Muñoz Vicente y Juan Antonio Fierro Cubiellas -que citan el testimonio del geógrafo e historiador griego Estrabón- nos cuentan que este ilustre gaditano, desbordando los límites del antiguo asentamiento fenicio-púnico, “modernizó” nuestra ciudad, construyó el puerto Cádiz y redactó un plan urbanístico dotándola, además de la indispensable conducción de aguas, de importantes edificios públicos, a imitación de Roma, la capital del imperio.
Me he detenido durante varios segundos con la intención de expresarle a este paisano nuestro mi sincera gratitud por los esfuerzos que hizo para civilizarnos: para hacer civil a este pueblo transformándolo en una ciudad, en un espacio diferente a una cueva, a una choza o a una aldea, ordenando unos espacios que facilitaran la vida en común y que estimularan la memoria de los que aquí vivieron e hicieron posibles nuestras vidas. Gracias a las nuevas aceras, a los edificios públicos, a las plazas y de avenidas, los moradores de este rincón, transformados en ciudadanos, durante los primeros siglos de nuestra, se paseaban, se divertían, organizaban juegos y celebraban fiestas.
Desde allí me he dirigido al teatro situado en el barrio del Pópulo, entre la iglesia de Santa Cruz, la Catedral Vieja, y el Arco de los Blancos. Estos restos descubiertos en 1980, me hicieron pensar en el ambiente que se respiraría en un teatro que es considerado como uno de los mayores de España. Sentado en el graderío -o Cavea- construido a finales del Siglo I antes de Cristo, he pensado en la posibilidad de que el destino de estos testimonios de las civilizaciones no sea sólo saciar nuestra curiosidad por la vida de nuestros antepasados, sino la de estimular nuestra fantasía y hacer posible que imaginemos un permanente progreso social y cultural de nuestra vida.
Si profundizamos en los mensajes de estos restos, llegamos a la conclusión de que esas piedras siguen proporcionándonos importantes lecciones para nuestra vida actual. Estas colecciones de fragmentos, con sus formas, con sus proporciones y con ese vocabulario visual de su estilo, nos siguen dictando estimulantes orientaciones para trazar el futuro de una ciudad que tiene una vocación -¿un destino?- eminentemente cultural.
Como afirma el profesor de nuestra Universidad, Joaquín Moreno, una ciudad sin teatro no es todavía una ciudad: y es que, efectivamente, el teatro convoca a la polis y dialoga con los ciudadanos: además de ser un instrumento pedagógico muy eficaz, constituye un foco potente que ilumina la vida de la sociedad, analiza sus conductas, incentiva la reflexión y el debate, potencia la capacidad empática y puede reforzar las actitudes solidarias.
Pero, no podemos perder de vista que, para lograr la supervivencia de esos valores tradicionales, hemos de cultivar la capacidad de reinventarnos de manera permanente para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo.

El Nuevo Madrugador


El Nuevo Madrugador
José Antonio Hernández Guerrero

En esta ocasión, he cambiado la dirección y el destino del paseo semanal que realizo desde el Puente. Me he dirigido al Nuevo Madrugador, un complejo residencial, educativo y laboral, en el que se reúne un nutrido grupo de ciudadanos que, provenientes de diferentes ámbitos sociales y empujados por distintas convicciones, reflexionan, dialogan, aprenden y trabajan teniendo como meta común el crecimiento personal y la construcción de una sociedad más justa, más fraterna y más solidaria.
Enclavado en el kilómetro uno del Portal -en el término de El Puerto de Santa María- en unas instalaciones cedidas por la Diputación Provincial, con las ayudas que proporciona la Delegación Provincial de Instituciones Penitenciarias y con la colaboración de técnicos y de voluntarios de diferentes especialidades profesionales, este Nuevo Madrugador ofrece, además de un lugar de encuentros, varios programas reglados de Formación Profesional Obrera como, por ejemplo, carpintería y albañilería o el taller de impermeabilización, y cursos no reglados como los de jardinería o de mantenimiento general.
Si es cierto que me ha llamado la atención la belleza del paraje rural en el que se enmarcan sus limpias, amplias y acogedoras instalaciones, más me han sorprendido las actitudes de sus residentes y las expresiones de los profesionales que allí invierten su tiempo, sus saberes y sus esfuerzos. Es posible que el denominador común de los que aprenden y de los que enseñan sea la profunda convicción de que todos salen ganando: los que aprenden un oficio, los que son recuperados para la inserción social y laboral, los que viven internos y los que pasan unas horas en el centro de día, los que se reúnen durante algún fin de semana para elaborar planes de acción solidaria y, sobre todo, los que inicialmente se acercaban dispuestos a ayudar y descubren que ellos son los más beneficiados.
He llegado a varias conclusiones: la primera que, en los métodos de enseñanza, en los procedimientos represivos y en las vías de reinserción, existen fórmulas alternativas más eficaces que algunas de las más frecuentes; la segunda, que los mayores beneficiarios de estos servicios son, precisamente, quienes los ofrecen de una forma gratuita; la tercera, que la eficacia de estas tareas depende, en gran medida, de la discreción con la que las desarrollan.
Ésta es la razón por la que, en esta ocasión, no proporciono los nombres y apellidos de quienes allí trabajan, aprenden y disfrutan: de esos conciudadanos que, generosamente, ofrecen sus servicios para ayudar a paliar algunos de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad actual. En aquel recinto -un taller de reparaciones- se rehabilitan los jóvenes que, víctimas de los excesos y de los defectos de nuestra sociedad consumista, desequilibrada y hedonista, debido a una opción errónea, han sufrido alguna avería pero están dispuestos a seguir funcionando.
Estoy convencido de que ésta es la fórmula más razonable y más eficaz para explicar los valores humanos y que éstos son los patrones que hemos de seguir para abrir surcos por los que discurran las mejores virtudes de los seres humanos, los valores que nos definen como personas y comos seres sociales titulares de derechos y de libertades fundamentales. Ésta es, a mi juicio, la mejor manera de fomentar la paz, la justicia, el progreso y la convivencia. Más que discursos bellos y más que normas legales, necesitamos modelos de personas normales que, con sus comportamientos coherentes, cuestionen nuestros irracionales e insolidarios hábitos de vida.

La Santa Cueva




La Santa Cueva
José Antonio Hernández Guerrero

Era inevitable que, tras la visita realizada a la exposición ‘Historias Bajo el Mar’ del Centro de Arqueología Subacuática, situado en nuestra Caleta, y después de haber contemplado la zona que el Museo de Cádiz dedica a los objetos religiosos fenicios y a las imágenes de la diosa Astarté, acudiera a la Santa Cueva, lugar en el que, según la hipótesis de la profesora Inmaculada Pérez, es posible que estuviera situado el templo fenicio en el que se veneraba a la Venus marina. La semana pasada se me ofrecía, además, la oportunidad de escuchar el sermón de las Siete Palabras y la pieza musical compuesta por el vienés Joseph Haydn.
Llegué al Oratorio una hora antes con el fin de recrearme, en primer lugar, con la belleza deslumbrante de la capilla elíptica que, situada en la planta superior, está dedicada a las celebraciones eucarísticas. Su arquitectura, sus esculturas y sus pinturas me transmitieron placenteras sensaciones de alegría y hondos sentimientos de gratitud. El edificio de estilo neoclásico con reminiscencias barrocas –como me indicó el párroco del Rosario, Aquiles López Muñoz- fue proyectado por Torcuato Cayón de la Vega y por su ahijado y discípulo Torcuato Benjumeda, y su construcción comenzó en 1781, a expensas de José Saénz de Santa María, marqués de Valdeiñigo. Es un espacio luminoso, dotado de exuberante ornamentación que nos invita a seguir creciendo, a vivir la vida, a disfrutarla con los sentidos y con los sentimientos: es un conjunto de hermosos símbolos bíblicos que nos estimulan a la efusión sensorial y cordial.
La atmósfera creada por esa luminosa cúpula elíptica que está apoyada sobre columnas adosadas de jaspe de orden jónico, las tres pinturas enmarcadas en los lunetos, en las que Francisco Goya representa escenas de la Última Cena, de la Parábola del convite nupcial y del milagro de la multiplicación de los panes y los peces; los lienzos en los que Zacarías González Velásquez pinta “Las Bodas Canaán”, y José Camarón interpreta “El rocío del Maná”, constituyen incitantes propuestas para el regocijo estético. Me detuve ante esos amplios espacios delimitados por las columnas, en los que gigantescos relieves representan a San Luis Gonzaga y a San Estanislao de Kostka, obras de Cosme Velásquez, director entonces de la Academia de Bellas Artes de Cádiz. Especial atención presté al templete-sagrario que, bajo la cúpula decorada por el italiano Antonio Cavallini, está custodiado por ángeles de mármol blanco y rodeado por seis columnas corintias de plata.
La capilla baja, dedicada a la Pasión, -distribuida en tres naves separadas por pilares y cubierta por bóveda de lunetos con arcos fajones rebajados- me impresionó por su austeridad, por su sobriedad decorativa y por su desnudez arquitectónica. Me recordaron que allí, ante el calvario completo de mármol en tamaño natural, obra del escultor genovés Jácome Vaccaro y del gaditano Gandulfo, los miembros de la Cofradía de Disciplinantes de la Madre Antigua imitaban la flagelación de Cristo y se azotaban en señal de arrepentimiento de sus pecados.
El violento contraste que presentan estas dos capillas superpuestas explica bellamente la paradoja que define nuestra existencia humana, la permanente contradicción en la que se resuelven todas nuestras actividades: el gozo y el sufrimiento, el descanso y el trabajo, el bien y el mal, el amor y el odio, y, en resumen, la vida y la muerte.



Poesía y Arqueología


Poesía y arqueología
José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer el tino de Ana Rodríguez Tenorio al unir, en un conjuntado dúo, las voces de un arqueólogo y de una poeta. Gracias a las medidas palabras introductorias de José María Gener Basallote y a la profunda voz de Pilar Paz Pasamar, hemos sintonizado con aquellos sentimientos de frustración que invadieron a don Pelayo Quintero cuando se despidió de Cádiz sin haber logrado localizar el famoso templo de Meelkart y sin haber encontrado su “Dama de mármol”.
Si es cierto que la tarea de los arqueólogos es descifrar los significados de los restos materiales de la Antigüedad, también es verdad que sólo una poeta como Pilar Paz Pasamar -que concibe y vive la poesía como una senda directa para penetrar en el fondo de las emociones, como una sonda para captar las resonancias sentimentales y para sintonizar con los ecos íntimos de las “entrañas humanas” de todos los seres creados- es capaz de contarnos con tanto detalle el sueño que tuvo don Pelayo aquella tarde de septiembre, en el jardín de su casa, echado en la mecedora y envuelto en el olor penetrante “dulzón y espeso como el que se despende de los racimos de uva al ser pisoteados en un lagar”.
Sólo Pilar Paz, con su discurso lírico eficazmente limpio y particularmente irónico, posee pericia para detallarnos esa liturgia de amortajar a esa señora que falleció repentinamente: las pestañas de cobre colocadas en la máscara, las leves pinceladas de púrpura, los dibujos la madera para que los pliegues imitaran a la perfección “el traje de fiesta de quien jamás festejara nada”. Es probable que sólo ella sea capaz de escuchar los latidos de ese amo que, al parecer, estaba más nervioso por la detención de los trabajos que por la muerte de su señora o, quizás, porque ese luctuoso hecho había impedido que su esclava predilecta, la pequeña Ibys, se abstuviera de penetrar en su alcoba para proporcionarle urgentes satisfacciones.
En opinión, otro de los mayores aciertos de la intervención de Pilar ha sido la habilidad con la que ha incrustado la perla del relato del feliz hallazgo del sarcófago por ese albañil que, estremecido tras romper el mármol y meter el brazo hasta el codo –repitiendo inconscientemente el mismo gesto del maestro escultor que confeccionó el sarcófago-, sintió un asco insoportable por ese olor a demonios que afloraba de “esa tumba de las romanas que hay por toas partes”.
Al día siguiente de este acto celebrado en el “Salón de Trajano”, he regresado al Museo para contemplar de nuevo la blancura tenebrosa de la Dama de Cádiz. Les aseguro que, gracias a la conmovedora, verosímil y ocurrente historia que Pilar nos ha contado, he sentido unas sensaciones totalmente diferentes a las que, en otras ocasiones, había experimentado: he sentido alegría por el descubrimiento, pena por muerte de la rica señora, desprecio por la actitud de su desaprensivo marido, lástima por la situación de la pobre esclava y regocijo con los comentarios de los afortunados albañiles.
Sin duda alguna, la imaginación de los poetas, más que alejarnos de la vida de cada día, la humaniza, despierta nuestra sensibilidad artística e, incluso, puede avivar nuestra conciencia moral. Puede ayudarnos para que nos defendamos de los ataques permanentes de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos: protegernos de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional, y, a veces, nos estimula para que seamos coherentes con nosotros mismos y honrados con los demás. La literatura, efectivamente, tiene que ver, con la ensoñación y con el arte de la magia, pero también con la ética y, a veces, con la mística.

Museo de Cádiz


Museo de Cádiz
José Antonio Hernández Guerrero

A pesar de que son muchos los que opinan que la función principal de nuestro Museo es la de ofrecer alicientes con el fin de que aumente el número de visitantes que acudan dispuestos a dejar en la Ciudad sus dineros, nosotros estamos convencidos de que el papel principal de este centro es diferente y, a nuestro juicio, bastante más importante que el de ser un mero reclamo turístico.
Estos recintos que, en sus orígenes, eran los templos de las musas -las diosas de la memoria- son lujosos cofres en los que guardamos nuestras mejores joyas y espléndidos expositores en las que exhibimos nuestras prendas más apreciadas. Gracias a las reliquias en él depositadas, recuperamos una parte importante de nuestra realidad pasada, descubrimos nuestras raíces y las reinterpretamos desde nuestra actual perspectiva y a partir de las claves que nos proporcionan los estudiosos que allí trabajan.
Con el fin de asimilar con mayor facilidad los exquisitos y sustanciosos manjares que en el Museo nos ofrecen, he decidido visitarlo por partes dejando que se sedimenten los interesantes datos y las múltiples sensaciones que allí, poco a poco, voy experimentando. No se pueden imaginar cuánto he aprendido y disfrutado en esta ocasión, gracias a las oportunas y precisas explicaciones que me ha proporcionado María Dolores López de la Orden, Conservadora del Museo. He contemplado con atención y con fruición esas piezas arqueológicas halladas en las tres islas Gadeiras que configuraban nuestra ciudad: Eritheia, Kotinoussa y Antipolis, y he imaginado el trazado tan diferente que tenía nuestra Ciudad en la época fenicia.
En la zona destinada a las piezas urbanas, me han llamado la atención las cerámicas tartésicas, el jarro askoide sardo, la estatuilla del Hércules, el capitel decorativo de volutas descubierto en La Caleta y los fragmentos de cerámica con inscripciones en caracteres fenicios, todos ellos encontrados en los asentamientos prehistóricos de nuestra Ciudad y de las poblaciones próximas. En la zona dedicada a los objetos religiosos me he fijado en las imágenes de la diosa fenicia Astarté, esa Venus marina, que era venerada en la cueva sagrada situada en los acantilados rocosos de la Punta de Nao, a la que los navegantes pedían protección, las mujeres una fecunda maternidad y la jovencitas un marido. He admirado las ánforas, los anillos, las cuentas de collares, las fídulas, los amuletos y los exvotos que los navegantes arrojaban al mar durante las procesiones navales que allí se celebraban. Me he detenido en las figuras rituales de bronce encontradas en el templo de Melqard localizado en Sancti Petri.
Pero, como supondrán, he disfrutado sobre todo con los abundantes y valiosos restos que han extraído de este inmenso cementerio sobre el que está construida nuestra actual Ciudad como, por ejemplo, esas cuatro imágenes femeninas de barro achocolatado -sobre las que aún no se han puesto de acuerdo los investigadores si representan a divinidades o a oferentes-, los pendientes y collares de cornalina y de oro purísimo y los amuletos fenicios egiptizantes.
He dejado volar la imaginación sobre esa pareja de acaudalados que tan bien estaban sepultados en los sarcófagos antropoides de mármol blanco y cuyos hallazgos se produjeron de manera casual: el masculino, en la Punta de Vaca, en 1887, y el femenino, en 1980, en un solar de la calle Ruiz de Alda debajo del chalé en el que vivió el entonces director del Museo de Bellas Artes, el arqueólogo Pelayo Quintero, que incluso excavó sin resultados sus propios jardines. El mensaje que, como resumen, me gustaría transmitirles es que, con el arte, también podemos disfrutar una “barbaridad”.

Biblioteca Pública Provincial


Biblioteca Pública Provincial
José Antonio Hernández Guerrero

“¡Qué biblioteca más grande y más guapa!” Esta exclamación, que lanzó una niña de cinco años, al entrar en el patio en compañía de su profesora y de los compañeros del Colegio Carola Ribed, define con precisión la grata impresión que me ha producido la visita a la Biblioteca Provincial. Dejo a los lectores que elijan entre las diferentes imágenes que expliquen, con claridad y con fuerza, la variedad y la riqueza que nos ofrece este recinto situado en la Avenida Ramón de Carranza. ¿Almacén, museo, templo, farmacia o teatro? Porque, en mi opinión, este centro, dirigido y animado por esa vitalista directora, María José Vaquero, con la colaboración de un equipo de entusiastas y cualificados técnicos, nos ofrece, un servicio libre y gratuito para que alimentemos nuestro espíritu, para que curemos nuestras dolencias íntimas y para que disfrutemos con la imaginación y con todos los sentidos. Les aseguro que de allí he salido contagiado de la pasión lectora de María José.
He llegado a la conclusión de que quien no se decide a leer, sólo puede aducir una razón: que no le da la gana; porque aquí tiene a su disposición los libros, los periódicos, los disquetes, los videos, los CDs y los DVDs que le apetezcan sin que le pidan nada a cambio. “Ni siquiera -dice Yolanda Montes- es necesario que traiga una foto para que le entreguemos un carné: todo es gratis”.
Es posible que, igual que la niña, usted se sorprenda cuando descubra esa serie de actividades que allí se organizan para animarnos a la lectura y para que aprendamos a extraer de los libros esas sustancias mágicas que nos proporcionan energías que, además de ayudarnos a examinar, a digerir y a vivir nuestra propia vida, nos sirven para que descubramos nuevos mundos y para que nos relacionemos con personas insólitas con las que, unas veces, nos identificamos o con las que, otras veces, discrepamos.
Si Mari Paz Bolaño recorta papeles, hace casitas, cose trapos e inventa juegos para que los niños se familiaricen y se diviertan con los libros, Gustavo Suárez coordina el Club de Lectura en el que los adultos leen y releen, interpretan y valoran las obras que, de manera concensuada, ellos mismos eligen. Las diferentes campañas desarrolladas durante todo el año tienen como finalidad proporcionar razones, medios, espacios y tiempos para que todos los ciudadanos, de cualquier edad y de cualquier nivel cultural, descubran ese placer íntimo, creciente y expansivo de la lectura; para que le extraigan a los episodios en apariencia anodinos esos jugos deliciosos que tanto nos alivian, nos animan, nos vivifican, nos tonifican y nos divierten. Porque, efectivamente, el gusto literario -igual que el paladar-, es una facultad que nos permite disfrutar a condición de que lo eduquemos. Ésta es una manera gratificante de ensanchar nuestra capacidad de sentir, de evocar, de pensar y de soñar.
Esos libros son -pueden ser- unos amigos fieles que allí nos esperan dispuestos a acompañarnos, a llenar nuestros tiempos vacíos, a sugerirnos preguntas y a responder a nuestras inquietudes. Son unos reflectores que nos ayudan a descubrir el sentido de la vida, nos acercan a la libertad verdadera; son motores de superación personal y mecanismos impulsores de cambios saludables y de ilusiones nutritivas; son lazos que liga el pasado con el presente y con el futuro e, incluso, son remedios terapéuticos que nos sirven para reconciliarnos con nosotros mismos y que nos empujan, amigablemente, a luchar para no ser presas prematuras de una muerte inevitable. Los libros, no sólo reflejan, analizan, descubren, denuncian y modifican nuestras representaciones de la vida, sino que también pueden transformar la misma vida.





Los ángeles turiferarios


Los ángeles turiferarios
José Antonio Hernández Guerrero

Permítanme que les repita un principio elemental que, a veces, se nos olvida: para percibir, interpretar, valorar y disfrutar de los objetos bellos es necesario que, además de estar dotados de cierta sensibilidad estética, nos pongamos en manos de unos maestros que nos eduquen el gusto, esa capacidad para sentir con los sentidos y con los sentimientos, y esa destreza para degustar con la inteligencia y con la fantasía. Por esta razón no hemos dudado en acudir a la nueva convocatoria de la Asociación Qultura, un grupo de amantes de la buena literatura que, animados por la periodista Ana Rodríguez Tenorio, nos proporciona periódicamente la oportunidad de que nos deleitemos con agudos análisis y con sabrosas explicaciones de obras expuestas en nuestro Museo Provincial.
En esta ocasión hemos escuchado a Pablo García Baena, ese poeta sabio y conmovedor que, en palabras de José Manuel Benítez Ariza, es un profesional de la belleza, un creador de mundos inéditos y un maestro de la palabra: un analista que ausculta los latidos íntimos de los seres hermosos y que, además, nos los transmite con una notable hondura; un intermediario entusiasta que nos abre las puertas que conducen a sus jardines secretos para que penetremos en el fondo humilde de los olores, de los sonidos y de los sabores que amasaron su niñez, el lugar en el que se depositaron las sustancias que alimentan su dilatada e intensa vida.
Pablo, acompañado de Rafael -el patrón de su Córdoba y de los caminantes- y cogido de la mano del otro Rafael -el cantor de los ángeles que protegen nuestra Bahía- con su cálida voz y con un leve gesto de su mano izquierda, logró que los dos ángeles turiferarios salieran de sus cuadros y que, en compañía de todos los demás de la corte celestial, sobrevolaran nuestras cabezas inundando el ambiente de un intenso olor de azucenas, de la luz deslumbrante de su sabiduría y del expansivo calor de su cordial amistad.
Hemos disfrutado contemplando, desde una perspectiva nueva, los rostros de esos dos agraciados mancebos alados, con cuellos y caras de adolescentes callejeros, a los que García Baena ya trataba desde su juventud, y que, revestidos por Zurbarán con una sobria elegancia, nos transmiten cálidos mensajes de liberadora simpatía.
Son unos ángeles que no forman parte de victoriosos ejércitos, que no se llaman Rafael, Gabriel o Miguel, que no son incorpóreos e invisibles, sino que, dotados de cuerpos vigorosos, apoyan sus pies en la tierra común que nos sostiene y que nos reúne; son ángeles que, con sus leves alas, nos invitan para que nos elevemos a los cielos limpios de la libertad y que, con el suave balanceo de sus incensarios, nos estimulan amablemente para que nos transportemos al firmamento de la fantasía creadora.
Los ángeles turiferarios -acólitos, monaguillos y, por lo tanto, servidores-, gracias a las palabras de Pablo, han impregnado el ambiente del olor suave a incienso, ese perfume aromático que constituye llamadas a la armonía, a la sencillez y a la simplicidad. Estos ángeles heterodoxos nos han descubierto la inmanente trascendencia de los gestos nobles y de las palabras amables. Son unos ángeles silenciosos que, nacidos de la luz, ellos son la luz de Cádiz, y que, sin hacer ruidos de trompetas o de tambores, nos transmiten saludables mensajes que nos invitan para que disfrutemos de las bellezas de las cosas sencillas.

Museo Municipal de las Cortes de Cádiz


Museo Municipal de las Cortes de Cádiz
José Antonio Hernández Guerrero

Si pretendemos apreciar la belleza de la configuración urbanística de Cádiz de un solo golpe de vista, es aconsejable que, tras la Cámara Oscura, visitemos el Museo de las Cortes, un recinto cálido y sorprendente que guarda una reliquia que, a juicio de su director, el arqueólogo Juan Ramón Ramírez Delgado, es la joya más caracterizadora de nuestra ciudad. Allí se conserva, se cuida y se exhibe la “Maqueta”, ese gran plano en relieve de nuestra Ciudad que, en tres dimensiones, refleja el estado en el que se encontraba intramuros a comienzos del último cuarto del siglo XVIII.
Es cierto que también podemos presumir de otros tesoros importantes de nuestro patrimonio artístico y cultural como, por ejemplo, el de la pareja de sarcófagos antropoides, el de la colección de zurbaranes del Museo Provincial, el de los frescos de Goya en la Santa Cueva o el del Greco del Hospital de Mujeres, pero ninguno de ellos exhibe la condición de piezas únicas. Los especialistas coinciden en que la “Maqueta” es una obra excepcional por sus dimensiones, por la profusión de detalles y por la calidad de los materiales con los que está construida.
Recordemos que esta obra, realizada a instancias de Carlos III por un amplio equipo de artesanos, dirigido por el ingeniero militar Alfonso Ximénez (entre julio de 1777 y marzo de 1779), está elaborada con maderas de caoba, de cedro, de ébano, de haya y de pino, con incrustaciones de fragmentos de marfil, de hueso, y que, incluso, algunos de sus detalles son de plata. A nuestro juicio, pasear la mirada por ese conjunto tan preciso, y compararlo con el estado actual de la Ciudad constituyen unos juegos deliciosos que estimulan muchos recuerdos vividos y, quizás, algunos episodios soñados.
Pero es que, además, también podemos disfrutar contemplando múltiples “cacharros”, esos objetos que están intensamente impregnados de evocaciones históricas y de connotaciones relacionadas con los episodios más relevantes que protagonizaron nuestros antepasados como, por ejemplo, una panoplia de armas blancas utilizadas en la Guerra de la Independencia Española, una bandera borbónica o la urna electoral decorada con motivos ornamentales de la Constitución de 1837.
Tras la cordial recepción de José Luis Pájaro, ambientada con esos entrañables recuerdos de su padre -el abuelo de la “Maqueta”-, y gracias a las minuciosas explicaciones del director, nos han sorprendido el óleo que rememora la visita de Julio César al Templo de Hércules Gaditano, de Federico Godoy, el que representa la plaza de San Juan de Dios durante el asalto de 1596, la vista panorámica de Cádiz en el siglo XVII, las dos escenas de la Guerra de la Sucesión y esa talla escultórica de la Virgen del Rosario que, en realidad, es un mascarón de popa de un navío de la Edad Moderna, regalo de Juan Valdés en 1753 al Convento de Santa María. Allí podemos conocer también los rostros de algunos personajes que ha dado nombres a nuestras calles como, por ejemplo, Hércules, Carlos III, Rafael Menacho, José Celestino Mutis, José Vargas Ponce, “Mendizábal”, Beato Diego José de Cádiz, Conde O´Reilly o Rosario Cepeda,
Es posible que las sensaciones tan gratas y el interés inmediato que despierta este museo estén determinados, en gran medida, por sus reducidas dimensiones que evitan la saturación y el cansancio, y, sobre todo, por la esmerada selección de unas obras que, con independencia de sus valores intrínsecos y quizás debido a la proximidad temporal y espacial, poseen significados fácilmente descifrables por los visitantes aunque no seamos especialistas.

La Cámara Oscura


La Cámara Oscura
José Antonio Hernández Guerrero

Permítanme que les diga –estimados lectores- que, si aún no han subido a la Cámara Oscura instalada en la Torre Tavira, no poseen un conocimiento completo de esta ciudad de Cádiz. Es posible que hayan recorrido nuestras plazas y nuestras calles, que se hayan bañado en nuestras playas, que hayan surcado la Bahía en el vapor o en el catamarán y hasta que hayan pescado mojarras desde las murallas del Campo del Sur o mariscado cangrejos moros en la Caleta, pero, si no han tenido la oportunidad de contemplar nuestra ciudad a vista de pájaro, como lo hacen esas cigüeñas que, plácidamente, se pasean por nuestro cielo, es posible que, cuando se decidan a visitarla experimenten unas sensaciones inéditas ya que, sin duda alguna, redescubrirán otro Cádiz muy diferente del que ustedes conocen.
Desde allí podrán comprobar cómo resulta impresionante divisar un panorama tan distinto del que contemplamos cuando, desde abajo, miramos hacia el cielo. Ya verán cómo se sorprenden al abarcar de una sola ojeada el paisaje urbano moteado de más de ciento cincuenta miradores, y tachonado de campanarios y de espadañas. Si, como nos ocurre en el bosque, desde abajo sólo apreciamos los detalles de cada uno de los edificios que tenemos ante nuestros ojos, desde arriba divisamos el conjunto armónico de líneas, de volúmenes, de luces y de colores que configuran el tablero de una ciudad que nos produce la impresión de que ha sido concebida, sobre todo, para el disfrute visual desde allí arriba. Estas aéreas estructuras, como afirma Blanco White, fundiéndose con el lejano brillo de las olas, me han producido el efecto de una ilusión mágica.
Gracias a la privilegiada situación la torre mirador de esta casa-palacio de estilo barroco de mitad del siglo XVIII, que fue edificada por iniciativa de los marqueses de Recaño y que es uno de los emblemas más caracterizadores de nuestra ciudad, hemos contemplado el panorama geométrico, luminoso y vivo de nuestra ciudad. Merced a la técnica ya usada en la época renacentista y a las oportunas explicaciones de Laura Cabello, hemos sido capaces de componer las piezas de un puzzle que, hasta ahora, nos parecía que era disperso y, a veces, desordenado.
Los breves apuntes históricos de las épocas fenicia, romana, medieval y, sobre todo, de los esplendorosos siglos XVIII y XIX, transcritos en paneles, las ilustraciones gráficas y audiovisuales, el catalejo que usaba el vigía para avistar los barcos que se acercaban al muelle y hasta el libro en el que registraba los movimientos de atraque, hábilmente distribuidos en las dos salas de exposiciones, constituyen unos datos imprescindibles para interpretar y para valorar los factores que han determinado nuestra peculiar configuración urbanística.
Ojalá que esos proyectos con los que Belén González Dorao pretende que la Torre alcance una accesibilidad global se lleven a cabo satisfactoriamente para que los convecinos y los visitantes que sufren alguna limitación auditiva, intelectual, visual o física, disfruten de esta nueva visión de Cádiz y para que aumente el número de los que, además de lanzar esos piropos cupleteros, nos convirtamos en agentes culturales capaces de explicar los mejores valores de nuestros patrimonios históricos y antropológicos. Ese orgullo por nuestro Cai, debería estimularnos a todos para que, además de cuidarlo como si fuera el salón de nuestro propio hogar, seamos capaces de conocer nuestro patrimonio cultural, de explicarlo y de difundirlo. Éste es nuestro más valioso capital y, a lo mejor puede llegar a ser nuestra industria más rentable.






Historias bajo el mar


Historias bajo el mar
José Antonio Hernández Guerrero

Continuando el paseo semanal que les propuse –queridos lectores- al comienzo de este año, con el fin de redescubrir esos lugares que nos hablan de algunos de los episodios más significativos de nuestra historia compartida, les sugiero que se detengan en el Centro de Arqueología Subacuática situado en nuestra La Caleta, un sitio mágico y hechicero que guarda intensos perfumes de misterio. Ya verán cómo, en el antiguo y remozado Balneario de la Palma, cuyas columnas besan las tan piropeadas y tranquilas aguas, disfrutarán de la exposición ‘Historias Bajo el Mar’, un regalo que la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía nos ofrece para que todos nosotros celebremos el décimo aniversario de su creación.
Gracias a esta sugestiva muestra, magistralmente preparada por Carmen García Rivera, coordinadora del Centro, y por Carlos Alonso, responsable del Departamento de Documentación, hemos conocido apasionantes historias sobre algunos de los naufragios sucedidos en aguas de nuestro litoral gaditano a lo largo de los siglos. En la primera sección, bajo el epígrafe “Un mar de ánforas”, nos han sorprendido unos relatos de naufragios ocurridos entre a época fenicia y la árabe que, a falta de otras fuentes de información, han sido reconstruidos gracias a los minuciosos análisis arqueológicos de restos materiales conservados hasta ahora bajo el mar.
En la segunda parte, titulada “Buceando en los archivos”, hemos conocido la abundante y valiosa información aportada por documentos históricos guardados allí, en los archivos del Centro de Arqueología Subacuática; son unos textos que nos proporcionan importantes datos sobre el naufragio de los navíos San Francisco Javier, Santa Cruz o América, y, más recientemente, del Reina Regente.
En la última parte -“La historia a fondo”- hemos comprobado cómo la arqueología, mediante el estudio de detalles insólitos, es capaz de recuperar algunas historias secretas, no sólo de los barcos y de sus mercancías, sino también de la vida de los marineros que perecieron bajo las aguas. Este apartado nos muestra los resultados de las intervenciones arqueológicas realizadas por los técnicos del Centro durante los años 2006 y 2007 sobre los restos del navío francés Fougueux, cuyo estudio ha permitido obtener valiosos datos sobre las peculiaridades de la arquitectura naval y sobre la vida que se desarrollaba a bordo.
Como afirman los técnicos, gracias a esta información y con las ilustraciones que nos proporciona un montaje audiovisual que cierra la muestra, “se pone nombre y fecha a muchas de esas historias de tinta y agua de mar que, a lo largo los últimos años, el Centro de Arqueología Subacuática ha podido recuperar”.
Si es cierto que, bajo las aguas que rodean nuestra ciudad, yacen unos tesoros valiosos por el precio que alcanza el oro y la plata con los que muchos de ellos están confeccionados, hemos de reconocer que su importancia reside, sobre todo, en la información histórica que los especialistas extraen con sus concienzudos y pacientes análisis. Estos restos constituyen unos fragmentos valiosos de nuestra historia, son unas voces silenciosas que nos reclaman atención, respeto y estudio. A lo mejor un día no muy lejano, nosotros y nuestros visitantes, guiados por las explicaciones de los expertos, podamos visitar esas profundidades de nuestro mar, aprender y disfrutar descubriendo tesoros escondidos. Éste es el propósito de un grupo de especialistas ilusionados con la tarea de descubrirnos unos tesoros que a todos nosotros nos pertenecen.



martes, 1 de julio de 2008


Imágenes y palabras
José Antonio Hernández Guerrero

En contra de ese tópico tan repetido que otorga mayor poder expresivo a la imagen visual que a la palabra articulada o escrita, hemos de reconocer que ambos lenguajes constituyen unos cauces, convergentes y complementarios, que, en la práctica nos resultan imposible separar. Si el contenido de la palabra, por muy abstracto que a simple vista nos parezca, es siempre una imagen, los significados de las imágenes están inevitablemente amasados con palabras. Este principio fundamental de la semiótica actual adquiere una singular importancia cuando se trata de la palabra poética y de la imagen artística. Como todos sabemos, el lenguaje literario es esencialmente imaginario e imaginativo, y la imagen sólo es artística cuando está preñada de significados traducibles en palabras.
Por esta razón juzgamos acertada la programación que el Museo Provincial - impulsado por la Asociación Qultura- nos ofrece a los gaditanos con el fin de que diferentes voces poéticas nos transmitan los ecos -creados y recreados- que, en ese misterioso abismo interior de cada uno, despiertan algunas de las obras artísticas que en él se exhiben. No olvidemos, por otra parte, que los poetas, cuando escriben, también pintan, esculpen, edifican y cantan.
En la sesión del martes pasado, el poeta Antonio Gamoneda, último Premio Cervantes, abrió la edición de este año, auscultando y sintonizando para nosotros la voz de un collar fenicio de oro y de cuentas de coralina que está enhebrado por la muerte. Con su voz grave y cálida, además de descifrarnos los misteriosos mensajes que encierran esas brillantes y luminosas piezas que, además de su valor físico, poseen una naturaleza sagrada, nos relató una fábula que, tras contemplarlo, nació en su imaginación de poeta.
La bella y joven mujer de quince años, cuya garganta embelleció este collar tras su muerte, era una reina sacerdotal de las hermanas del amor. Carecía de nombre y, en el centro del templo de cristal, permanecía en completo silencio y en total quietud hasta que su lecho le alcanzaba la luz cenital. Con un leve movimiento de las retinas y de los párpados, enviaba un mensaje a la lejanía del mar donde se encontraba el navegante sin nombre. En ese instante, gracias a los pensamientos entrecruzados al ritmo de las luces, los dos experimentaban la intensidad de un amor espiritual que, aunque puro, invisible e intocable, estaba dotado de una plenitud orgámica. A los diecisiete años, falleció la joven reina, abrumada por la quietud y por la melancolía.
La lectura estética de un poeta comprometido que, en palabras de la presentadora Lalia González-Santiago, tantas veces ha cantado la belleza del dolor y de la muerte con la intención de trascenderlas, nos ha demostrado cómo la imaginación creadora posee capacidad para iluminar la vida cotidiana y para dotar de sentido a la historia descubriendo el misterio que encierran los objetos bellos. ¿Qué arqueólogo sería capaz de demostrar con argumentos sólidos que esa pequeña ánfora del collar no contiene la promesa de fidelidad de los amantes o que esa cabeza de carnero no simboliza la dualidad irresoluble entre la huida permanente y el amor irrenunciable?
Como afirma Ana Rodríguez Tenorio, coordinadora de este ciclo, “la reflexión sobre lo que vemos y las palabras que sirven para desentrañar los múltiples significados de esa realidad no sólo siguen teniendo cabida en nuestra cultura de la imagen y la información inmediata sino que, tal vez, son ahora más necesarias que nunca.

Imágenes transidas de compasión


Imágenes transidas de compasión
José Antonio Hernández Guerrero

La exposición de una selección de 140 fotos de Kiki, en el Claustro de la Diputación de Cádiz y el catálogo editado por la Fundación Provincial de Cultura constituyen una patente prueba de que las buenas fotografías, más que espacios, captan tiempos y, más que tiempos, descubren los latidos íntimos de la vida humana, tanto de la individual como de la colectiva. Son unos documentos históricos que, además de información, nos proporcionan una inagotable fuente de sensaciones placenteras, de contradictorias emociones e, incluso, de sorprendentes pensamientos.
Estas instantáneas, espigadas entre más de un millón de ilustraciones publicadas en el Diario de Cádiz, ponen de manifiesto, no sólo el dominio técnico de un profesional, sino también la sensibilidad social de Joaquín Hernández Conde y, sobre todo, su habilidad y su delicadeza estética para atinar con esos momentos tan preñados de resonancias personales y colectivas.
La vista a la exposición -me confiesa Carmen- me ha servido para acercarme y para alejarme de la realidad gaditana, para penetrar en su interior y para contemplarla desde fuera. Me ha hecho pensar y reflexionar, sentir y emocionarme, disfrutar y sufrir, llorar y reír. Estoy convencida de que, en cierta medida, este tipo de manifestaciones artísticas nos puede ayudar, incluso, para que humanicemos nuestras relaciones y para que todos nos decidamos a colaborar de una manera más activa en el progreso cultural y social de nuestra Ciudad.
A través de esta exposición antológica, hemos comprobado cómo la fotografía es un lenguaje sensorial que nos habla con los sentidos -con los cinco sentidos del fotógrafo- para estimular los sentidos -los cinco sentidos de los visitantes-. No tenemos la menor duda de que Kiki, además de fotógrafo, es un poeta, un músico, un pintor y un escultor: un artista que, para excitar nuestros sentimientos y para estimular nuestra reflexión, nos ha hablado a los ojos, a los oídos, al gusto y al olfato.
Gracias a Joaquín, a sus ojos limpios y a su espíritu generoso, hemos disfrutado repasando trozos de nuestro Cádiz y recordando episodios de nuestras propias vidas. Nos hemos vuelto a reír con el ángel de Macarty, hemos paladeado las soleares de Chano Lobato y las seguiriyas de Camarón de la Isla, hemos contemplado el saludo cordial de José María Pemán y Rafael Alberti, hemos escuchado los mítines de Felipe González y de Alfonso Perales, y hemos tarareado, con cierta nostalgia, los tangos de los Dedócratas.
Estas imágenes que, transidas de compasión, de ternura y de generosidad, sirvieron para ilustrar las noticias del Diario de Cádiz, en la actualidad y en el futuro nos servirán a muchos para que reconozcamos -en el doble sentido de esta palabra- a unos conciudadanos nuestros que, gracias al tino, al acierto y al talento de Kiki, formarán parte imborrable de nuestra intrahistoria, de esa trama que nos ha ido uniendo y reuniendo a los compases de ilusiones y, también, de frustraciones. Este incesante vaivén de luces y de sombras, pone de manifiesto, además de la capacidad creativa de un artista, las huellas de los latidos de esta Ciudad, a través de muchos de los episodios que ha vivido durante una parte de la segunda mitad del complejo siglo XX y, sobre todo, con la contemplación de los rostros de aquellos personajes que, aupados por la notoriedad, los consideramos como triunfadores y los de aquellos otros que, a pesar de sus esfuerzos, no lo fueron tanto.