sábado, 5 de julio de 2008

María Arteaga


María Arteaga
José Antonio Hernández Guerrero

¿A quiénes damos de comer? A los tienen hambre. ¿Por qué lo hacemos? Porque sentimos pena. Estas respuestas tan elementales de la hermana Teresa constituyen, a mi juicio, la mejor manera de explicar el mensaje fundamental del Evangelio. Las actitudes y los comportamientos de estas nueve mujeres componen un discurso que, sin necesidad de acudir a exégesis escriturísticas, es mucho más claro y bastante más eficaz que mucho tratados de Teología. Mediante el lenguaje sencillo, directo y bello, de su servicio a los más necesitados, comprendemos esas ideas que nos ayudan a descubrir unas razones válidas para vivir la vida de una manera más intensa y más alegre: sus vidas nos invitan amablemente a que afrontemos las dificultades que entraña la existencia humana con un espíritu positivo.
Estas son las enseñanzas que hemos recibido en la visita al Hogar situado en el callejón María Arteaga, donde nueve Hermanas de la Caridad, ayudadas de diez voluntarios –dos hombres y ocho mujeres-, con naturalidad, hacen lo que saben, con alegría, trabajan en lo que les gustan y, con sencillez, explican lo que pretenden: se dedican exclusivamente a dar de comer al hambriento y a vestir al desnudo. “Ésta es –comenta sor Nieves- nuestra peculiar manera de rezar, de hablar y de vivir”.
Este centro nos proporciona, más que nuevas informaciones o inéditas lecciones, unos estimulantes impulsos para que profundicemos, por la senda de la experiencia y de la introspección, en las sensaciones, en los sentimientos y en las vivencias que podemos experimentar si nos decidimos a “practicar” las convicciones teóricas. Es una amable invitación para que, asomándonos a esas vidas tan próximas, descubramos lo mejor de nuestras propias existencias. Vivir el amor es la única manera de creer en la trascendencia: el Evangelio, como es sabido, más que un libro de doctrina, es una guía de vida, un plan, un programa y un itinerario. Y es que, paradójicamente, el amor es el único camino que nos conduce directamente a la libertad, a la paz y al bienestar.
“Para comprender –afirma la Hermana Teresa- es necesario amar”. Pero para amar hemos de compartir experiencias con unas personas que necesitan compañía, atención, escucha y cuidados físicos. Hemos de penetrar en sus vivencias y descubrir esas amargas paradojas de quienes, teniendo necesidad de amor, se resisten a amar y a dejarse amar: “Incluso para reconciliarnos con nosotros mismos, aceptarnos y amarnos serenamente, necesitamos amar a los demás. Calibramos en su verdadero sentido las realidades humanas si las miramos desde el corazón: sólo conocemos lo que amamos”.
Hemos comprobado cómo, a través de estas experiencias, llegamos a conclusiones análogas a las que formulan eminentes pensadores actuales: que muchos de los problemas que acucian a la sociedad contemporánea, a las crisis que sufren las familias e, incluso, a los desequilibrios que padecen muchos conciudadanos, tienen su origen en el permanente empeño por cubrir nuestra radical miseria, disimulando nuestro irrefrenable egoísmo y camuflando nuestra insaciable ansia de dominar a los demás. Quizás la aportación más valiosa de estas vidas -sencillas, claras y valientes- sea la narración pormenorizada de la senda que hemos de recorrer para releer unos principios que, aunque están tan claros en el Evangelio, sólo cuando se convierten en vida muestran su valor y demuestran su eficacia: que la fe es una manera de sentir y de amar. “Nosotras -nos dice la hermana Teresa al despedirnos- no estamos aquí para dar lecciones a nadie sino, todo contrario, para aprender de los que acuden a comer”.


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