sábado, 5 de julio de 2008

Caballeros Hospitalarios


Caballeros Hospitalarios
José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que a mí también me picó la curiosidad cuando, hace ya varios años, contemplé por primera vez a esos caballeros que, ataviados con sus capas rojas y con esas cruces blancas, celebraban sus cultos litúrgicos en el Oratorio de San Felipe Neri. Créanme si les digo que aquellos hábitos de las órdenes de caballería me produjeron la impresión de que se trataba de una institución anclada en el pasado. Incluso -quizás influido por las leyendas sobre otras órdenes militares como, por ejemplo, la de los Templarios- me pasó por cabeza la posibilidad de que pertenecieran a una de esas sectas secretas que practican ritos esotéricos y que persiguen fines ocultos.
Ni corto ni perezoso me decidí a visitar la sede que está en la calle Cervantes, en el edificio que anteriormente era la Casa de Socorro, con el fin de que me proporcionaran informaciones sobre sus fines, sobre sus métodos y sobre sus actividades. Y allí, lo primero que hizo el secretario general, Rafael Melgar Fernández, fue confirmarme que, efectivamente, en su origen los Caballeros Hospitalarios habían sido integrantes de un grupo caritativo que, en la Edad Media, asistía a los peregrinos que, enfermos y cansados, acudían a un Hospital ubicado Jerusalén, en el mismo lugar en el que mil años antes, se encontraba el hogar de Zacarías, el padre de San Juan Bautista. El tesorero, Miguel Farrujia Carvajal, me precisó que, a lo largo de los siglos, esta institución había sobrevivido gracias a su capacidad para adaptarse a las diferentes exigencias de cada momento histórico y a las distintas características de cada sociedad. Pepi y Manoli no disimulaban su alegría al mostrarme lo “esdamondá” que estaban todas las habitaciones y lo cómodos que eran los sillones de la sala de estar donde los residentes conversaban y veían la televisión.
Me han resultado esclarecedoras, sobre todo, las reflexiones que me hizo el director, Francisco Súnico, mientras me enseñaba cada una de las dependencias y me explicaba los diferentes servicios que allí ofrecen a los más necesitados como, por ejemplo, el reparto de alimentos, las cenas y el alojamiento nocturno o los talleres ocupacionales de marquetería, carpintería, cocina, inglés e informática.
Me ha definido con precisión los principios en los que se apoyan estas actividades y, con entusiasmo, me ha justificado las razones que empujan a los Caballeros a desarrollar una labor que, desgraciadamente, sigue siendo indispensable. Partiendo del supuesto de que el origen y, por lo tanto, la solución de la muchos de los problemas de extrema pobreza que sigue sufriendo un considerable sector de nuestra opulenta sociedad radican en una deficiente organización social, en una inaceptable práctica política y en una carencia del sentido ético, hemos de reconocer que, incluso en las mejores condiciones legales y administrativas, muchas de las necesidades individuales y colectivas no se remediarían sin la ayuda desinteresada de voluntarios o sin la colaboración generosa de instituciones altruistas.
Reconociendo que ya ha pasado la época en la que los más desprotegidos eran tratados como sujetos pasivos, sin capacidad de intervenir y de criticar –al menos indirectamente- en el funcionamiento de los organismos políticos, hemos llegado a la conclusión de que, en la actualidad, existen propuestas innovadoras, fruto de la acción libre de aquellas personas que dedican parte de su tiempo a mejorar la situación de los más desfavorecidos. No dudamos de que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos para conseguir un determinado bienestar humano ni de que hemos de luchar para lograr una sociedad civil justa, que trate de superar los problemas sociales como el hambre, la pobreza o la exclusión, ha de cimentarse en los valores de la solidaridad.
Como repetía Paco Súnico, “la validez y la eficacia de nuestras formas de intervención social residen, más que en sentimientos de compasión paternalista, en una profunda convicción de la dignidad suprema del ser humano”.

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